miércoles, noviembre 1

Ni El Desánimo Nos Desanimará

Jer.20:8-9
Aquí encontramos el desaliento de Jeremías. Cuando leemos a los profetas uno se llega a preguntar: ¿Qué les animaba a seguir adelante?
Isaías preguntó al Señor:

“¿Hasta cuándo?”

Isa.6:9-11

Viendo los tiempos en los que vivimos hoy, en verdad que uno se pregunta: “¿Hasta cuándo, Señor?”. Se hace difícil predicar una y otra vez y no ver resultados, ni en la iglesia ni fuera de ella. Tratamos de enseñar la doctrina y la práctica de la vida cristiana, y no se ven avances. Es como predicar en el desierto.

¿Qué diríais si después de haber predicado tanto sobre la modestia en el vestir vieses a una miembro de la iglesia con shorts enseñando sus piernas?

Si tu fueses el pastor y enseñases una y otra vez que nuestro Dios desea la modestia y vieses a mujeres de tu iglesia con minifalda, pantalones ajustados, o escotes que muestran parte del pecho? ¿No vendría desánimo sobre ti?

Si insistieses hasta la saciedad sobre la necesidad espiritual de venir a los cultos, y vieses que siempre los mismos miembros son los que hacen caso omiso —¿cómo te sentirías? Cuántos pastores, misioneros y evangelistas predican y predican y no ven resultados; no ven respuesta sincera a sus predicaciones y enseñanzas.

Podemos ver el caso de Elías como un buen ejemplo. Él pidió a Dios que le quitara la vida.
1Rey.19:4

“Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”.

Con estas palabras mostraba su desánimo. Se sentía solo ante el pueblo que no escuchaba. Todos los llamados por Dios estamos expuestos a decir como Jeremías:

“…no hablaré más en su nombre”.

No hay pastor ni obrero del Señor que no haya pensado alguna vez esto que pensó Jeremías. Y quizá lo haya pensado más de una vez. Pero hay algo dentro de aquellos que han sido realmente llamados por Dios, que les impide realizarlo. Y nos sucede al igual que a Jeremías:

“no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”.

Tomemos el ejemplo del Hno. Buker.
Ha pasado allí en Oviedo unos 35 años. Ha visto pasar a uno y a otro por su iglesia. Algunos han manifestado recibir a Cristo como su Salvador. Pero luego han abandonado o se han ido a otras iglesias más livianas. Y sigue teniendo una iglesia pequeña y muy inestable. ¡Pero esto es lo maravilloso!

Pregúntale si se iría a otro sitio. — Te dirá que desde allí al cielo.
Dios le ha puesto en Oviedo. Él lo sabe, y no se irá de allí mientras su cuerpo aguante. ¿No hay cierto parecido con Jeremías?

Estoy convencido que muchas veces a través de esos 35 años, habrá pensado en dejarlo. Pero hay un fuego ardiente en su corazón que le impide retirarse de su cometido.
Hnos. Dios nos ha enviado a predicar, y si de veras es un llamado de Dios, no podrás dejarlo. Aunque no oigan, aunque no escuchen, aunque no quieran entender.

Habacuc 3: 17-19

“Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, Y en mis alturas me hace andar”.

¿Hasta cuándo? —Hasta que se acabe la esperanza. Hasta que Dios nos llame. Hasta la muerte.