Una oveja perdida vuelve (1/3)

Copiado y traducido con permiso de la revista Frontline

Desde la Victoria a la Derrota
        Nací en un hogar cristiano donde mi familia creyó la Biblia, y fui salvo a una edad joven. Desde temprano escogí un camino que me condujo a una vida de servicio cristiano. Después de terminar con el Instituto, fui a una Universidad Cristiana conservadora donde me preparé para el ministerio y después entré en el ministerio a tiempo completo.
Tuve tres experiencias malas en el ministerio, y después me encontré derrumbado, deprimido, enojado, y amargo hacia Dios y hacia los demás. Después de la tercera experiencia mala, me mudé con mi familia a Carolina del Sur en USA donde encontré un trabajo en un taller de carpintería. Durante los próximos años estaba tan deprimido y dolorido que no me acuerdo mucho de lo que pasó. Cada día era como borroso. Pensé que unas pastillas anti-depresivas me ayudarían, pero no me ayudaban mucho.
Era riguroso y constantemente enojado con mi familia, y no quería mantener relaciones  con nadie, ¡sobre todo con cristianos! Era autónomo y simplemente quería que los demás me dejaran en paz como un animal herido que se esconde en un hoyo y no saldrá  uno que, si extiendes la mano para ayudar, te responde con un ataque.
Mi actitud hacia el Señor era así: “Dios, he procurado servirte con me vida, ¡y ESTO es lo que me haces! ¡Has arruinado mi vida!” Decidí que iba a darme por vencido, y yo literalmente dejé el cristianismo. Creía que si esta era la manera que Dios y los cristianos trata a la gente, no era real, y no valía la pena vivirlo así. Desde mi punto de vista, Dios era distante, sin compasión ni amor, e imposible agradar. Estaba esperando que yo cometiera algún fallo para que me pegara. Me parecía que el cristianismo fue simplemente una manera de vivir a la cual las personas intentaban conformarse; y que algunas eran mejores que otras en cumplirlo.
Toda mi vida había intentado vivir conforme a la manera que pensaba que un cristiano debe vivir para que Dios se agradara de mí, pero nunca sentí que yo era suficientemente bueno para Él. Para mí era difícil ser cristiano. En Mateo 11:28-30, Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” El cristianismo, para mí, si era algo, no era ni “fácil,” ni “ligero.”

Viviendo para mí
        Tomé la decisión de vivir sólo para mí mismo, haciendo lo que me agradó. Así que me retraía de mi iglesia, de mis amigos, de mi familia, y de mi esposa. Fui a mi trabajo, hice mi deber, y vivía como me daba la gana, muy parecido a la manera que un hombre inconverso haría. Mi razonamiento era que no había nadie más que me iba a hacer feliz, entonces tenía que buscar mi propio placer. Durante siete años vivía totalmente para mí mismo, haciendo la vida miserable para mi familia. Llegué al punto de estar sin sentido a cualquier cosa espiritual, y no me importaba nada lo que pensara mi esposa, mis hijos, mi iglesia, mi pastor, aun Dios mismo. Estaba disfrutando de la libertad de vivir como yo quería, y nadie iba a impedirme.
Sin embargo, había gente que me quería de forma genuina. Tanto mi esposa como algunos amigos oraban fielmente, nunca dejándome por perdido. Un amigo en particular pasó bastante tiempo conmigo, invitándonos constantemente a pasar tiempo en compañerismo con su familia. Aunque me dijo que la manera en que estaba viviendo era mala, siempre era paciente y amable, y nunca demostró una actitud de condena hacia mí.
Después de unos años de vivir una vida egoísta pero vacía, llegué a estar muy descontento con mi matrimonio y decidí que lo terminaría. Cuando se lo dije a mi esposa, me rogó que tomara algún tiempo para considerarlo otra vez, y así consentí en posponerlo una semana.
Esa semana era el tiempo decisivo para mi esposa. Dios le había permitido llegar al punto que ella se vio totalmente incapaz, y lo único que podía hacer era implorarle, y Él le hizo conocerle de una manera milagrosa. Le enseñó que no importaba lo que yo decidiera hacer, sea buena o mala, Él le amó y amaba a los hijos y les cuidaría. Ella experimentó la plenitud de “la paz que sobrepasa todo entendimiento” y descubrió que Dios, de verdad, es suficiente. Él le dio gracia (algo que siempre habíamos escuchado pero nunca habíamos experimentado), y le cambió totalmente. En este, el valle más profundo de su vida, ella tenía perfecta paz. Tenía la certeza de que todo estaría bien sin importar lo que yo hiciera, porque ahora tenía una idea clara del Dios que le amó y que prometió cuidarla hasta el fin.
No podía negar el cambio en mi esposa. A pesar de las muchas cosas que yo le había hecho para dañarla, ella me perdonó libremente y persistió en su muestra de amor hacia mí. Yo sabía que la paz que ella había encontrado era genuina. Aunque nunca se lo comenté, no podía evitar verlo.
Después de esa semana le dije que había decidido no salir. Pero ella sabía que no podía contar conmigo en cuanto a lo que yo decía. Sabía que yo podía decidir salir en cualquier momento. Pero confiando en el Dios que se le había mostrado fiel y real, tenía un espíritu gozoso y estable, y lo noté. Ella aceptó el hecho que yo, quizás, nunca cambiaría, pero su gozo y paz continuó durante los siguientes años inestables porque había aprendido que la seguridad se encuentra sólo en Dios. Mientras yo seguía viviendo de la misma manera que se permite excesos, ella creció en su dulzura, sumisión, y amor  hacia mí.


Una oveja perdida vuelve (2ª de 3 partes)
Copiado y traducido con permiso de la revista Frontline


Hendiduras en mi Armadura
         Mientras tanto, durante esos próximos dos años, de vez en cuando un predicador, un amigo, o mi esposa diría algo que penetraría por una hendidura en mi armadura, y lo contemplaría. Durante todo este tiempo mi esposa y amigos estaban orando por mí.
Mi esposa persistía en vivir conmigo conforme a los mandatos de Dios para las mujeres que tiene maridos inconversos de acuerdo con 1 Pedro 3:1-6: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza.”
Aunque ella sabía que yo no tenía ni interés en, ni discernimiento de asuntos espirituales, ella me lanzaba preguntas espirituales porque sabía que era correcto hacerlo. También me pidió tomar decisiones familiares y se sometió a lo que yo dije aun cuando no estaba de acuerdo. Si temía cualquier decisión que yo tomara, simplemente oraba y confiaba en el Señor que siempre nos guardó de tomar una decisión insensata o pecaminosa.
Todas estas cosas empezaron a obrar en mi corazón y tenían su influencia en mí. Nadie podría haber adivinado que lo que hacían o decían tenía algún efecto en mí porque nunca dije nada. De hecho, no me sentía nada diferente en absoluto. Puesto que todavía no sentía nada, estaba completamente inconsciente de que algo estaba pasando dentro de mí. En algún momento le dije a mi esposa que si yo volviera a Dios, sería un milagro. ¡Ella estaba de acuerdo!

Una Perspectiva Equivocada de Dios
        Una noche, cuando estuvimos hablando mi esposa y yo, comencé una diatriba contra Dios, diciendo unas cosas muy feas acerca de Él, con el sentido que, si Él es real, es muy malo. Él había arruinado mi vida, y pensé que era caprichoso y vengativo. Mi esposa, tragándose las lágrimas, dijo, “Cariño, lo siento mucho por ti. Dios no es así en absoluto. Él es bueno. Él es amable y perdona, y Él ha sido muy bueno contigo.” Contemplaba lo que me decía y me di cuenta de que lo que me decía era verdad. Dios había sido bueno conmigo. Él me había dado tanto, pero yo estaba enfocándome en lo que me parecía malo en mi vida.
En junio de 2000, el Dr. Jim Berg presentó un curso en nuestra iglesia titulado “Creado para Su gloria.” Mi esposa y yo habíamos pagado para que todos fuéramos, entonces fui. No temía escuchar nada que me afectara porque sabía qué frío era y que nada que él podía decir me tocaría. Asistía para satisfacer a mi esposa.
Las primeras tres noches del curso, Dr. Berg habló de los atributos de Dios, los cuales ya los sabía, habiendo estudiado la teología durante años. Pero luego nos dio los detalles de qué tipo de Persona Dios es. Cuando hablaba del poder de Dios, pensé, “Sí, Él es poderoso; ¡me ha pegado a mí!” Cuando hablaba de la soberanía de Dios, pensé, “Claro, Él está controlando todo seguro, ¡y seguramente me ha fastidiado la vida a mí!” Yo era tan frío y cínico.
Luego, el miércoles, Dr. Berg empezó a hablar del amor de Dios. Ahora, desde mi niñez, me habían enseñado que Dios me ama. Me acuerdo perfectamente que cantamos “Cristo me ama” como niño. Sabía todo acerca de este amor, y de ello, ¡no creía ni una palabra! Le ví a Dios como cualquier cosa aparte de amor hacia mí. “Él amará a otros quizás,” pensé, “pero no me quiere nada a mí.”

El Perfecto Amor de Dios
        Esa noche, Dr. Berg explicó el amor de Dios en una manera que nunca se me había ocurrido jamás. Juntando Su amor con todos los demás atributos Suyos, nos enseñó esto:
– Porque Dios es infinito, Su amor también es infinito  no hay fin de ello, ¡y Él no puede quedarse sin amor!
– Porque Dios es perfecto, Él no puede amarme más, ni menos que me ama en este momento.
– Porque Dios en inmutable (que nunca cambia), no puede cambiar; así que, Su actitud hacia mí no cambiará.
Para que el amor de Dios cambiara, Él mismo tendría que, o bien mejorarse o empeorarse, cosa que nunca podría ocurrir. Él testifica acerca de Su propio carácter en Malquías 3:6 “Porque yo Jehová, no cambio,” y en Santiago 1:17 la Biblia nos enseña que en Él “no hay mudanza, ni sombra de variación.” Hebreos 13:8 nos dice que Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Nosotros podemos cambiar, las circunstancias pueden cambiar, ¿pero Dios? ¡Nunca! ¡Maravillosa revelación! Yo nunca había pensado en estas cosas antes.
Mientras mi esposa y yo hablamos aquella noche, empecé a ver  a entender por primera vez en mi vida el amor de Dios como realmente es. Cuanto más hablaba de Su amor por mí, lo más Su Santo Espíritu comenzó a revelarlo a mí, y por primera vez en mi vida, empecé a experimentar la realidad y la magnitud del amor maravillosa de Dios. Era tan sobrecogedor que comenzé a llorar incontrolablemente. Apenas podía respirar, llorando tan fuertemente cuando me inundó, me llenó, y me arrastró por la maravilla del gran amor de Dios hacia mí.
Por primera vez en mi vida, ví que Él realmente ¡me amó a MÍ! ¡Exactamente como yo era! Este conocimiento me cambió la vida, y nunca jamás me lo olvidaré. Esa noche Dios mismo entró, abrió las ventanas del Cielo, y derramó Su amor sobre mí. Estaba totalmente saturado por ello.

(leer la tercera y última parte en la siguiente edición de Fundamentos Bíblicos)

Una oveja perdida vuelve (3ª de 3 partes)
Copiado y traducido con permiso de la revista Frontline


Un Hombre Cambiado
Había unos resultados inmediatos y permanentes:
1. Estaba totalmente quebrantado en cuanto a mi pecado. Vi la magnitud horrible de mi modo malo de vivir y mi blasfemia contra Dios  y estaba quebrantado. La confesión de pecado derramó de mi alma quebrantada espontáneamente, ¡y me arrepentí genuinamente! No tenía que pensar, “Vale, tengo que arrepentirme ahora” – nada podía haber parado las lágrimas de dolor y pena que tenía por mi pecado contra Dios.
2. Estaba lleno de gratitud por la misericordia y perdón de Dios.  Que el Dios Altísimo e Infinito del universo me perdonaría a mí, un insolente rufián que había estado con el puño levantado como si le diera una bofetada en Su cara fue demasiado para mí. Fui sobrecogido por Su bondad y misericordia hacia mí. Sabía que Él me había perdonado, y estaba tan agradecido.
3. Fui sobrecogido de misericordia y amor por toda la gente en el mundo, hijos de Dios o perdidos en sus pecados, que nunca habían experimentado este maravilloso amor; y tenía una carga en mi corazón para compartirlo con ellos.
4. Fui lleno de gozo real y paz. Sabía que Dios me amaba, y que me cuidaría como Su amado hijo.
El siguiente día el Señor confirmó en mi corazón la realidad de lo que me había hecho la noche anterior  cuando la compañía donde trabajaba empezó a mandar a gente a la calle, dejando salir a unos cuarenta personas esa misma tarde. Yo no tenía duda de que yo estaría entre los que se quedarían sin trabajo puesto que no tenía tanta experiencia y porque era nuevo. Oré, “Dios, no sé lo que tú vas a hacer en mi vida, pero sea lo que sea, estará bien porque en ti confío.” Y era verdad, ¡lo cual era muy raro para mí! Antes, habría estado ansioso, haciendo planes para la próxima cosa que tendría que hacer, preparando mi curriculum vitae, etc. Pero esta vez, ¡tenía completo descanso en mi alma! Esto no era un accidente. Creo que Dios permitió esta situación en mi trabajo simplemente para mostrarme que era real lo que Él había hecho en mi vida.
Por primera vez en mi vida, entendí que el ser un cristiano no es un asunto del “yo.” Es totalmente un asunto de Él. Entendí por primera vez que no tengo que intentar ganar el amor de Dios porque Él ya me ama con un amor constante, infinito y perfecto.
No hay absolutamente nada que puedo hacer que haría aumentar o disminuir el amor de Dios hacia mí porque Su amor por mí no está basado en mi comportamiento, ni en mi fe, ni en mi actitud, ni en nada más acerca de mí. El amor de Dios por mí se basa exclusivamente en quién es Él, en el tipo de Dios que es Él. No tiene nada que ver conmigo. Esta verdad es tan libertadora, y hay una paz, un gozo, y un consuelo increible en entender esto porque quita el “yo” completamente fuera del asunto y me permite descansar en la seguridad de que Él me ama y que eso nunca cambiará.
Igual como yo me deleito en mis propios hijos, así Dios se deleita en mí. No es que sólo me tolera: Él realmente ¡se agrada de mí! ¡Él quiere pasar tiempo conmigo! Estas verdades son de consuelo y de libertad. Ahora no me siento obligado a intentar agradarle para que me acepte; ahora quiero agradarle porque ya me ha aceptado en el Amado.
Por fin entendí lo que Jesús quería decir cuando dijo, “mi yugo es fácil y ligera mi carga.” Es verdad, porque no es mi carga más  ¡es Suya! ¡Gloria a Dios!

Desde Entonces
        Son seis años desde que Dios me abrió los ojos cegados y reveló Su gran amor por mí. Ahora estoy gozoso y contento con mi vida, viendo al mundo por medio de nuevos ojos, y nada es igual. Anticipo con ganas cada día porque cada día en una nueva y emocionante oportunidad para conocerle más y ser rebosando con la gloria de Su maravilloso amor.
Las palabras de este precioso himno han llegado a ser el lema de mi vida, porque me describen:


Un eterno y grande amor,
He podido conocer,
Por la gracia del Señor,
Que me lo hace comprender.
¡Oh, qué sueño arrobador!
Siento dulce calma y paz,
Para siempre es Su amor;
Suyo soy, y mío es Él.

Más azul el cielo está,
Tiene el campo más verdor,
Pero esto no verá,
El que no ama al Salvador.
Aves con más dulce voz,
Plantas bellas del vergel,
Me hablan del amor de Dios;
Suyo soy, y mío es Él.
(del himno, “Un Eterno y Grande Amor”)


La bendición más grande que salió de esta experiencia es la restauración de mi familia. Los últimos dos de mis hijos han sido salvos desde entonces, y todos ellos están viviendo una cristiandad que nunca habían conocido antes. Cada miembro de nuestra familia ahora tiene una sensación de la realidad del amor de Dios por él o por ella personalmente porque cada uno lo ha visto demostrado en mi vida y en la vida de mi esposa.
Una de las porciones de las Escrituras que ha llegado a ser una de mis favoritas se encuentra en Joel 2:25. Después que Dios había mandado a Su “ejército” de insectos destructivos para destruir totalmente las mieses de Su pueblo rebelde y desobediente, les hizo una promesa que se cumpliría cada vez que volviesen a Él. Dios les dijo, “Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros.” Es lo que Él ha hecho para mí y para mi familia. ¡Es un Dios misericordioso y amoroso!
No puedo  llevar el mérito por nada que ha ocurrido. Dios lo ha hecho todo. Yo era una oveja perdida que se había apartado a su propio camino. Pero por Su gracia, ¡he regresado al Pastor y Obispo de mi alma!
Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”
1 Pedro 2:25: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.”  ¡Gloria a Su Santo Nombre!