miércoles, noviembre 1

Testimonio de Roger Bergman

Testimonio de Roger Bergman

De la Iglesia Bautista Esperantza Sendoa

Cinco Villas, Navarra.

Cuando pienso en el testimonio de Dios en mi vida, pienso en el cemento. El cemento es muy útil, y fuerte, pero tiene que mantenerse blando durante cierto tiempo para poder trabajarlo. Con el cemento, queremos que se endurezca para realizar su fuerza máxima, y allí perdemos la similitud con el testimonio de un creyente. En la vida de una persona, pasan muchas cosas que Dios dirige con propósito, con el fin de glorificarse a sí mismo. Él es el albañil, y trabaja con el cemento para que esté exactamente preparado para cumplir Su plan. Pero si se endurece la mezcla antes de tiempo, pierde su valor, y pierde el tiempo necesario para poder utilizarlo.

Así ha sido la obra de Dios en mi vida. Él ha sido muy Bueno y paciente conmigo dándome tiempo para que aceptara al Señor Jesucristo como mi Salvador. Tuve la bendición de nacer en un “hogar cristiano,” donde mis padres me llevaron a la iglesia siempre. Las iglesias no eran siempre las mejores, pero disfrutamos de enseñanza bíblica, y aprendimos lo suficiente como para entender cómo uno puede ser salvo. En una de esas iglesias, mi hermano mayor fue salvo por la gracia de Dios, y yo, observando cómo él podía tomar de los elementos de la cena del Señor, quería hacer lo mismo. Entonces, un domingo, me acerqué a la parte en frente de la iglesia después de la reunión, y llorando, dije que quería ser salvo. Lo único era que nadie me dijo nada más acerca de cómo uno puede ser salvo. A lo poco, me mojaron en el bautisterio, y por fin conseguí lo que quería: mosto y pan una vez al mes, junto con los demás. Pues, no es de admirar ni imitar, porque no es la manera correcta de recibir vida eterna.

Unos años más tarde, ya en otro lugar del país, estuvimos en otra iglesia; esta vez mejor en cuanto a la doctrina fundamental. Era una iglesia bautista, y allí tuvimos un grupo de jóvenes bastante grande y activo. Llegué a ser el líder de aquel grupo de jóvenes para cuando tenía unos 17 años, y estaba bien involucrado en todas las actividades del grupo, e incluso establecí una reunión de jóvenes cristianos en nuestra escuela pública antes de las horas normales del día, para que tuviésemos la oportunidad de empezar el día con el Señor todos juntos, por lo menos de vez en cuando durante el año escolar. Pues durante mi último año de estudios, había un evangelista que iba a venir a predicar en nuestra iglesia. Siendo yo también miembro de un consejo de estudiantes en la escuela pública, sugerí que invitáramos a este señor predicador para que nos diera una “charla” sobre varios temas importantes y siempre polémicos entre la juventud, como el alcohol y las drogas. Desde el principio había oposición, pero persistimos. Al final, no le permitieron venir a hablar a los estudiantes del colegio, a pesar de que presentamos las firmas de casi la mitad de los alumnos diciendo que sí, querían escucharle. Entonces volvimos a hablar con todos esos compañeros de estudios que sabían del tema, sobre todo los que habían firmado la petición, y les invitamos a asistir a la reunión especial para jóvenes donde habría un tiempo de deportes, y aquel invitado iba a predicar un mensaje especial. Bastantes asistieron, y durante la predicación, un servidor estaba orando que Dios salvara a algún jóven de los que asistían. Llegó el momento que comenzara la invitación, y mientras yo seguía orando, ¡Dios el Espíritu Santo me habló a mí! Dios me invitó a aceptar a Cristo como mi Salvador personal. Fue un susto, pero cuando contesté a la pregunta que nos hizo el predicador: “si estuvieras a las puertas del Cielo, y Cristo te preguntara por qué debería dejarte entrar, ¿qué le responderías?” mi respuesta no era la correcta bíblicamente. Yo contesté que era un hijo obediente a mis padres, que no hice cosas malas, y que incluso testificaba a otros de mi fe en Jesús. Y de repente, Dios me reveló la verdad de mi orgullo de haber pensado que el Cielo se puede ganar por ser bueno.

No había grandes cambios, por fuera, en mi vida a partir de aquella noche tan preciosa, pero sí, había cambios en mi vida espiritual. Dios podía trabajar el cemento otra vez. No sé qué duro había llegado a ser mi corazón. Quizás estaba yo casi demasiado duro ya  porque era tan “bueno.” No sé, pero me maravillo cuando pienso en la gracia de Dios que me salvó. Me hace hasta pensar que tal vez es aun más difícil para una persona “buena” ser salvada que para una persona metida de pleno en los pecados gordos con sus consecuencias tan graves. Me alegro de no haber tenido que pasar por muchos de ellos, pero cuando pienso en mi estado espiritual, considerándome tan fuerte como aquel cemento que es lo suficientemente fuerte como para ser un fundamento firme para un gran edificio, doy gracias a Dios por la salvación de mi alma.

Al poco, el Señor empezó a revelarme Su plan para el resto de mi vida. Durante un tiempo había pensado entrar en la Universidad para estudiar algo parecido a empresariales, pero Dios había comenzado algo en mí que no podía eludir. Quería animar a otros a hacer lo que Dios manda; a vivir santamente, pero había poco interés por parte de los demás. Me quedé desanimado, pero el Señor me habló a través de un versículo en Jeremías. Era del capítulo veinte, y el versículo era el noveno. Dice así: “Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.” El mensaje de la Palabra de Dios era tan importante, y había tan pocos que querían dedicarse a difundirlo a tiempo completo, que me apunté, si Dios quisiera utilizarme, a predicarla. Sin importarme que me escuchara la gente, tenía yo un llamado.

La carrera cambió, y la Universidad tenía que cambiar también. En vez de vivir en casa y estudiar cerca de ella, me trasladé a la Universidad de Bob Jones donde acabé mis estudios de la Biblia en 1983. Durante mis años allí, el Señor me indicó que era Su voluntad que la predicación a la cual Él me había llamado, iba a ser en otro idioma, y que esa sería nuestro querido Castellano. Y aquí estamos, predicando el precioso evangelio de Jesús entre la gente de cinco Villas en el norte de Navarra donde viven unas 10,000 personas sin luz y sin conocimiento de Aquel que murió y resucitó para que tuvieran vida eterna y para que tuviesen la respuesta correcta a la pregunta: “¿Qué dirías tú a Jesús si te preguntara por qué debería dejarte entrar en el Cielo?”