Las palabras se las lleva el viento

Mat.8:23-27

Esta frase: “Las palabras se las lleva el viento”, son el resultado de la multitud de experiencias humanas que nos llevan a concluir con esta resolución.

Han sido tantas las veces que se nos ha dicho algo y después se quedó en nada… Como se suele decir también: “Se quedó en agua de borrajas” (o de cerrajas, como se decía antiguamente). O aquella otra frase: “Donde dije digo, digo diego”. —Estas son otras frases que se usan a menudo.

Y es que el hombre puede prometer mucho y no cumplir nada. Aún cuando haya buen disposición para cumplir lo prometido. —Pero estamos acostumbrados a esto.

Los políticos son una buena referencia. Llegan a tener mala fama por culpa de prometer  y luego no cumplir. Algunos incluso dicen: “Mientes más que los políticos”. En campaña te prometen el “oro y el moro”, pero después, en muchas ocasiones se ven obligados a cambiar. La realidad es diferente a las buenas intenciones que antes tenían. Unas veces se hace promesas con buena intención. —Otras son sencillamente “faroles” para conseguir votos. Quedaba bien decirlo, pero no había intención de cumplirlo.

Pero no siempre las palabras se las lleva el viento. — Hay veces en que el viento se detiene por las palabras.

El texto leído hoy Señor Jesús ordenó al viento que parase, y paró; se estuvo quieto. Y es que hay Alguien que es capaz de decir y cumplir sin ninguna duda. —Y Ése es nuestro Dios.

Ahora bien, para hacer esto no se puede ser falible como somos nosotros. No se puede estar limitado por las circunstancias como lo estamos nosotros. Pero, cuán diferente es nuestro gran Dios comparado a nosotros los hombres. Para Él no hay circunstancias que puedan evitar que se cumpla lo que dice.

Él no está limitado en su poder para ejecutar lo que ha prometido. Él no tiene presiones internas ni externas que le impidan cumplir con sus palabras. No hay nada que pueda estorbar sus palabras, propósitos y promesas. Al contrario, Él es capaz de cambiar las circunstancias para que se cumpla su palabra. Esta es una de las muchas razones por la que Él es Dios. — ¡Su inmutabilidad!

Hnos. y amigos, haríamos bien en confiar plenamente en Sus palabras y promesas. Él no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Sus palabras no se las puede llevar el viento. —No hay viento suficientemente fuerte para hacerlo.

Sus palabras se cumplen según su propósito pase lo que pase y pese a quien pese.

Isa.55:10-11 “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, 11-  así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.

¡No hay nada que haga volver a la lluvia atrás! Y tampoco hay nada que Él diga que caiga en saco roto

Job 23:13 “Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo”.

Sant.1:17 “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”.

Hnos. y amigos: Es casi normal desconfiar de las promesas que hacen los hombres. A menudo, si las promesas son muy buenas, nos parece casi imposible que se lleguen a cumplir. Y es que no está en nuestra mano cumplir lo que está por llegar. No somos dueños del tiempo y las circunstancias. Puede que en nuestras promesas haya buenas intenciones de cumplirlas, pero no está en nuestra mano el ejecutarlo.

Entonces, nos preguntamos: ¿nos fiaremos de los hombres más que de Dios? Las religiones son cosa de hombres, pero la Biblia es la Palabra de Dios.

Mar.13:31 “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

¿En quién confías?  — ¿Dónde está tu confianza?

1Pe.1:24-25 “Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; 25- Mas la palabra del Señor permanece para siempre”.

Confiemos en las palabras de Dios y no en las de los hombres. Muchas veces las palabras de los hombres sí se las lleva el viento. Pero las palabras de Dios no hay viento suficientemente fuerte que se las pueda llevar.

¿En quién confías tú? —Meditemos unos momentos.