miércoles, noviembre 1

Haciendo Tiendas

Por Pedro Pinyol

Tomó en su mano cordel y aguja y empezó a coser una nueva tienda. Enhebraban sus pensamientos cada tramo de tela. Hila que te hila, sus manos, cordel y aguja. Construían lo que le permitía sostener su ministerio y su vida. Hilo de grana, remache de plata, adorno de latón, bordón de lino. ¿Qué debía pasar por su mente entre urdimbres? ¿Qué ocupaba su corazón mientras sus ojos seguían la hechura de la tela? Tal vez la lejana Iglesia en Corinto, el temor de los hermanos en Galacia, el gozo de aquellos en Ponto las preguntas de los fieles en Efeso. Las mil y una luchas de los judaizantes, de los abnegados estoicos de los herejes gnósticos. Zurcido, hilo y lana, sus pensamientos volaban tras la visión de su vida: el ministerio.

Pablo, el viejo Pablo, seguía haciendo tiendas. No quiso ser gravoso a ninguna Iglesia. De la misma manera que Abraham habitó en tiendas ahora Pablo las construía recordando que todos somos peregrinos en la tierra.

Pablo, el pequeño Pablo, podía haber sido un magnate de su tiempo, un filósofo entre los sabios, un oficial de cien legiones. Tal vez un político entre los Romanos. Pero ahora él hacia tiendas, su primera labor era, empero, el ministerio. En nada estimaba su vida para sí preciosa, sólo tenía el deseo de acabar su carrera y de predicar el Evangelio de la Gracia de Dios. (Hechos 20:24).

Todo lo tuvo por escoria por amor a Cristo. Dejó gloria, esplendor, popularidad, el ser alguien en la sociedad de su tiempo a cambio del menosprecio, el sacrificio, el desdén, la falta y el desconcierto. Y aún en todo no quiso ser carga para aquellos a quienes ministró. Saulo de Tarso se convirtió en Pablo de Cristo, hacedor de tiendas, pero ministro del Evangelio.

Me pregunto, a veces contrariado, si no hubiera sido mejor para aquél apóstol a los gentiles dedicar todo su tiempo a su llamado. ¿Cuántas cartas más pudieron haber sido escritas?

¿cuántos mensajes más predicados? Tal vez más iglesias levantadas, más corazones fortificados. Incluso algún otro Timoteo hubiera podido escuchar al maestro doctor de la piedad. Pero le faltaba el tiempo, tenía que hacer tiendas.

Pudiera ser que mientras vendía alguna de esas tiendas comprara en el mercado de esta vida algún alma perdida. Tal vez algún mercader del lejano oriente escuchara de aquél vendedor ambulante cosas que nunca oído oyó, ni subió al corazón de hombre.

¡Tiendas de Cilicia! ¡Tiendas de Damasco! ¡Oh, escuchad los de Frigia! ¡De oro engalanadas! A buen precio, por dos Shekels y un par de denarios! Compradlas hoy, mañana puede ser tarde. ¡Venid, comprad de balde! Cuanto más abunda el pecado más sobreabunda la Gracia. ¡Venid, comprad sin dinero, pues todo es don que salva. Que Jesús Nazareno ya pagó vuestro precio.

¿Cuál debía ser su arenga en el mercado? Tal vez mientras decía la primera, deseaba proclamar la segunda. ¿Pudo acaso Pablo ser visto como un apóstol de segunda clase?. Mientras Santiago se dirigía a España, Tomás a la India, Andrés deseaba alcanzar Bretaña, Pedro Italia, y los demás se dirigían a cada rincón del mundo conocido, Pablo hacía tiendas.

¿Cuántas veces tuvo Pablo que defender su ministerio? No era él también digno de tener una hermana que fuera compañera en el ministerio, una esposa, una familia, un hogar. Al fin y al cabo ¿no es el hogar el primer ministerio? ¿No tenía el derecho de estar con sus hijos, aquellos que había engendrado espiritualmente en sus prisiones, sus Timoteos? Y, ¿qué en cuanto a la necesidad de descanso? Su único crucero fue en cadenas por Cristo, su único baño en la rivera mediterránea fue en su naufragio, su único galardón, mérito o doctorado honorífico fue las Señales de Cristo en su cuerpo. Su única cura para el estrés pastoral la encontraba sobre sus rodillas, y los dolores de cabeza no podía relajarlos con una aspirina efervescente, sino con el fervor de ir más allá, hasta lo último de la tierra predicando el Evangelio. No pudo asistir a conferencias misioneras, a intensivos de verano en el Seminario Teológico de Gamaliel, no pudo aparecer en la prensa local del Jerusalén Post, como el predicador más popular, ni tampoco le acompañó el cuarteto Evangelístico de los hermanos «Jordán». El hacía tiendas y mientras las hacía cumplía su ministerio, predicando a tiempo y fuera de tiempo. Corría con paciencia la carrera, peleaba la buena batalla, contendía por la fe, echaba mano de la vida eterna.

Encima de su oficio, su misión superaba a su empleo. Su depósito no estaba en el Banco Central de Palestina, sino en Aquél en quien había depositado su confianza. Su herencia no era el «plan de Inversiones Cesarea,» ni un plan de Jubilación del «Populus Romanus.» Era una cuestión de principio y prioridad, de sacrificio y abnegación, de dejar todo lo que le era lícito, pero, por causa del ministerio, no le era conveniente.

Cuántas veces tuvo que defenderse ante quienes le acusaban, cuántas veces tuvo que pedir disculpas por no haber podido ir, no haber podido llegar a tiempo, no haber cumplido todo cuanto se había propuesto. Le faltaba el tiempo, hacía tiendas y le hubieran hecho falta tres vidas enteras hacer todo aquello que deseaba y veía necesario en el ministerio.

Pero el Señor nunca le reprochó nada. El estaba más interesado en lo que Pablo era que en lo que Pablo hacía, y aún así Pablo terminó todo lo que el Señor le había encomendado, Pablo cumplió su ministerio, mientras hacía tiendas.

Me pregunto si alguna vez oró al Señor pidiendo «¡Oh, Señor, libera esta mi carga. Cambia esta aguja en la Espada de tu Palabra, y esta tela que sea el cinto de verdad, este metal que retiñe transfórmalo en yelmo de Salvación, dame tiempo para dedicarme a los negocios del Rey en vez de usar mis cortos días y rápidas horas en las tiendas negras de Cedar!» Me pregunto si jamás clamó: «Dame fuerzas, porque desfallezco». Me pregunto, si recibió como respuesta: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad…» ( ) No lo sé, tan sólo me lo pregunto.

O quizás Pablo vio en aquellas tiendas una oportunidad de servir al Señor y a sus hermanos aún mejor. Una escuela para aprender a «redimir el tiempo porque los días son malos» . Una manera de tapar la boca al adversario diciendo: «estas manos me han servido. Y si yo, el apóstol a los gentiles, he servido al Señor trabajando duramente, ¿qué excusa das tu para no hacerlo». Una oportunidad única para gozar de la comunión espiritual con Priscila y Aquila mientras ponían sus manos al trabajo. Allí, bajo la sombra de un enebro, o a la puerta de la casa de terracota mientras el calor golpeaba la tierra seca de Israel, hablando de lo del por venir, de su ciudadanía en los cielos, del poner la vista en las cosas de arriba….entre puntada y puntada, entre nudos de grana…haciendo tiendas.

Su llamado estaba por encima de su oficio. Su visión por encima de sus sueños. Quemaba las velas en la noche preparando un mensaje para su gente. A solas con Dios, en el silencio de la aurora, después de haber pasado tal vez diez horas entre pieles de camellos, tintes negros, en el tramado de su vida. Pero más importante que lo que hacía era quien era; Pablo, ministro de Jesucristo.

Hizo tiendas, dejándonos un ejemplo, un ánimo para el desaliento, un motivo por el cual hacer crecer en nosotros carácter. Para enseñarnos que la voluntad de Dios es la voluntad de un corazón sometido. No es fácil servir al Señor, y hay que pagar un precio, hay que considerar ese precio. Hay que valorar lo que se deja atrás…para una vez puesta la mano en ese arado, olvidar lo que dejamos sin retroceder nuestra mirada en añoranza.

Pero no fue siempre así en el ministerio de Pablo. Hubieron otros tiempos, otras ocasiones, cuando Dios quiso librarle de esta carga. Algunos vieron la necesidad de Pablo, una necesidad imperiosa de predicar el evangelio, y decidieron sostener a ese hombre. Iglesias e individuos tomaron la carga para que también Pablo pudiera dejar de servir las mesas, y así, dedicarse al estudio y a la oración. Aquellos que decidieron sostener a Pablo no fueron atraídos por el «carisma» de su personalidad, sino por su carácter, no fueron prendidos por su elocuencia, sino por su autoridad Bíblica. No se enamoraron de su prestigio y buena presencia como si de un Dean se tratase, pero si de su compostura y lealtad. No estaba acompañado de la parafernalia y el intrusismo de un equipo de managers evangélicos, sino la simplicidad y sencillez de un predicador, el porte santo de alguien que era amigo de Dios. Algunos vieron lo invisible de Pablo su secreto con Dios y quisieron apoyar a ese hombre para que cumpliera su visión. Sostuvieron sus brazos como aquél Josué sostuvo los brazos de Moisés para que el pueblo de Dios recibiera la victoria y la bendición. Pablo al fin fue librado de hacer tiendas pero con su carácter había demostrado que podía hacerlas sin dejar de servir a su Señor.

¿Conoces a algún Pablo en nuestros días? ¿A algún hacedor de tiendas?. Cuántos pastores podemos recordar que, al igual que el apóstol, sostienen sus vidas para poder permanecer en el ministerio haciendo tiendas.

El Señor no se olvida de ellos, como nos dice en Hebreos: «Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado a su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos.» (Hebreos 6:10)

Pero necesitan nuestras oraciones y nuestro ánimo. Nuestro apoyo; nuestro aprecio. Ellos son los que al fin y al cabo tendrán que dar cuenta a Dios de nuestras almas. ¿Te das cuenta de qué gran responsabilidad yace en sus manos, qué misión tan importante las de sus vidas? Dios pedirá de sus manos fruto que honre Su nombre, y no podrán dar excusa. Tanto aquellos que están a tiempo completo en el ministerio como a los que deben hacer tiendas. Los que tienen un ministerio relativamente fácil como aquellos que se encuentran dentro de la selva Africana. El Señor les preguntará: ¿Cumpliste tu ministerio?. No hay excusa para dejar de hacer lo que Dios nos pide hacer. El suple sus fuerzas en medio de nuestra debilidad. Debemos, por tanto, esforzarnos en El y en el poder de su fuerza, sabiendo que el gozo del Señor es nuestra fortaleza. ¡Oh, Señor, danos más hombres que te sirvan, aun haciendo tiendas!