DOXOLOGÍA

Uno de los himnos más conocidos en el ámbito cristiano es este llamado “doxología”. En muchas iglesias se canta el domingo al menos una vez. Se dice que está inspirado en el Salmo 86:12, que dice: “Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré tu nombre para siempre”.

El autor de esta archiconocida melodía fue Thomas Ken, un anglicano del siglo 17. Nacido en 1637 en Little Berhampotead, Inglaterra. Fue educado en Winchester School y en la universidad de Oxford. Su cuñado y su hermana mayor se ocuparon de él tras la muerte de sus padres.

Cuando se graduó fue ordenado como ministro de la Iglesia de Inglaterra en 1662 y nombrado capellán para el Obispo de Winchester. En 1679 fue llevado a Holanda, pero por ser demasiado quisquilloso con las inmoralidades y las corrupciones del lugar, fue invitado a volver a su puesto al año siguiente. No obstante, esto no impidió que siguiese tan “quisquilloso” con estos asuntos, ya que continuó sus denuncias, ahora de la Corte Inglesa. Carlos II, rey entonces, al contrario que otros, se sintió interesado por Ken. De hecho, cuando era la hora de Capilla, el rey, dispuesto al vapuleo, decía: “Debo entrar y escuchar a Ken que me diga mis faltas…”

Fue el mismo rey Carlos II quien le nominó para el Obispado de Bath y Gales. Justo doce días después de su nombramiento, falleció el rey Carlos, a quien sucedió Jaime II. Este rey no estaba tan de acuerdo con las “maneras” de Ken, lo cual provocó no pocos problemas para el autor de nuestro himno.

Thomas Ken murió a la edad de 74 años. Era el año 1711. Un historiador, Macanlay, dijo de él que había llegado a estar tan cerca del ideal de perfección cristiano, “tanto como lo permiten las debilidades humanas”.

Ken escribió otros himnos. Él fue uno de los primeros compositores que se salieron de la pauta marcada; los salmos versificados.

En 1673 Ken escribió un libro titulado: “Un Manual de Oraciones Para el Uso de los Estudiantes del Colegio Universitario Winchester”. En ese libro introdujo tres de sus himnos con el deseo expreso de que se cantaran como parte de las devociones. Estos himnos se denominaban: Himnos Matutino, Himno Vespertino e Himno Nocturno. Cada uno acababa con la letra y la música de la Doxología.

Una de las estrofas del Himno Matutino decía:

“Despierta, alma mía, y con el sol

La carrera del deber diario comienza,

Sacude tu embotada pereza, y levántate temprano,

Para pagar tu sacrificio matutino.

Alaba a Dios, de Quien fluyen todas las bendiciones.

Alabadle, todas las criaturas aquí abajo:

Alabadle, allá arriba ejércitos celestiales.

Alaba al Padre, al Hijo y al Santo Espíritu.”

Estas últimas cuatro líneas están traducidas del ¡inglés en forma literal, pero corresponden a las que cantamos en la Doxología, aunque nuestras palabras en español son:

“A Dios el Padre Celestial,

Al Hijo nuestro Redentor,

Y al Eternal Consolador.

Unidos todos alabad.”