miércoles, noviembre 1

Dos cosas que perseguir

He.12:14 “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. 

Con la ayuda del Señor hoy observaremos lo que este versículo nos enseña.

La primera parte de este versículo nos habla de seguir la paz.

Dos palabras que ilustran la palabra griega: dióko= perseguir o proseguir.

Perseguir: Tratar de conseguir o de alcanzar algo. —Una meta.

Proseguir: Seguir, continuar, llevar adelante lo que se tenía empezado. Seguir para concluir el propósito

De alguna manera estas dos palabras podrían ser sinónimas: Ambas hablan de perseguir algo con esfuerzo. —Tratar de alcanzar algo que está delante.

Como Pablo diría en Fil.3:12-14 “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo (dióko), por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. 13 -Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, 14 -prosigo (dióko) a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. 

El comentario sería este: No he llegado todavía a la santidad que el Señor quiere de mí, pero trato de proseguir para ver si consigo alcanzar la meta para la cual el Señor me ha salvado.

Sobre seguir la paz con todos podemos encontrar infinidad de versículos en el NT que nos hablan de esto mismo.

Rom.14:19 “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”.

Rom.12:18 “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”. 

1Pe.3:11 “apártese del mal, y haga el bien; Busque la paz, y sígala (dióko)”. 

Todo esto nos da una idea clara: La paz hay que perseguirla, procurarla, buscarla.

Romanos nos dice: “en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”, indicándonos que nosotros debemos hacer todo lo que sea posible de nuestra parte para conseguir la paz con todos.

Estamos en una época en la que cualquier cosita es causa suficiente para que no haya paz.

Ocurre con nuestros vecinos, nuestros amigos, compañeros de estudio o de trabajo; y, aunque no debiera ocurrir, con nuestros propios hermanos en le Fe.

Pero si somos nosotros los que rompemos la paz haciendo lo contrario de lo que el Señor dice, pecamos en esto.

Hemos de buscar con esfuerzo los medios posibles para la reconciliación.

—Esto sería buscar la paz con todos. —Esforzarnos porque así sea.

La segunda parte del versículo leído, nos dice: y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. 

También hemos de buscar la santidad. 1Tes.4:3 dice: “pues la voluntad de Dios es vuestra santidad”.

Hay muchos que buscan la voluntad de Dios, pues bien, aquí la tenemos. “Sed santos porque yo soy santo”.

Ahora bien, el final del versículo en Hebreos, dice: sin la cual nadie verá al Señor”. 

Entonces nos preguntamos: ¿quién, pues, verá al Señor?

Hay tres aspectos de la santidad que el Señor nos presenta en su Palabra:

  1. La santidad posicional. Esta es la que tiene que ver con la posición que tenemos en Cristo al momento de la conversión.

Cuando somos salvos, somos engendrados de Dios, y, por tanto, hijos suyos.

¿Cómo podríamos ser hijos engendrados de Dios y no ser santos? —Somos santos delante de Él.

  1. La santidad completa, o perfecta. Esta es la que llegaremos a tener cuando estemos definitivamente en la presencia de Dios con cuerpos transformados a la imagen de su Hijo.

Un día llegará en que no tendremos que buscar la santidad, la tendremos por la eternidad.

  1. La santidad progresiva. Esta es la santidad de vida mientras estamos en el cuerpo.

Es una santidad práctica, de cada día.

Esta no es la que corresponde a nuestra posición delante de Dios y a nuestra herencia que recibiremos.

Mientras estamos en el cuerpo tenemos luchas diarias, y la santidad de vida debe procurarse cada día.

Y esto nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo podemos ser santos delante de Dios y vivir en pecado mientras estamos en el cuerpo?

Aunque con luchas, es deber del cristiano seguir la santidad de vida diaria.

No es posible ser santo delante de Dios y colaborar con las cosas del diablo mientras estamos en el cuerpo.

Nuestro hablar, nuestro porte, nuestra fe, nuestros principios… nuestra vida, deben reflejar la posición

en Cristo que tenemos delante de Dios.

Si alguien desprecia la santidad en su vida práctica, no sabe nada sobre la santidad posicional, ni tampoco verá al Señor.

No es posible que el Señor nos diga: “Seguid la santidad”, y vivir como el enemigo nos dicta.

Debemos perseguir y proseguir en la santidad de vida para ser lo más parecido a lo que somos y seremos.