Deje que la Biblia hable sobre las lenguas – Capítulo 5

¡Cuidado con el corintianismo!

¿No parece extraño que una iglesia tan enriquecida por Jesucristo «de tal manera que nada os falta en ningún don» fuese tan problemática?

¡Pero la iglesia de Corinto era un problema! ¡Un gran problema para Pablo y para el Señor!  Era una iglesia de muchos dones.  En realidad, la iglesia de Corinto se podría llamar carismática.  La palabra griega para «don» en el versículo 7 del capítulo 1 es Charisma. ¡Pero no era una iglesia espiritual!

Sus divisiones, como se notó en el capítulo anterior, era un síntoma de su falta de madurez  espiritual.  Los corintios estaban divididos por causa de las personalidades.  Pablo relacionó sus «celos, contienda y disensiones» en el capítulo 3 con la puerilidad de su inmadurez espiritual.

Observemos ahora otros síntomas de la inmadurez espiritual de la iglesia de Corinto.

El egoísmo.  La gente de la iglesia de Corinto, aunque eran «hermanos» (cristianos), no eran espirituales sino carnales, carnales como bebitos.  «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como espirituales, sino como carnales, como a niños en Cristo» (1Co. 3:1).

¿Cuál es unas de las características de los bebitos? ¡El egoísmo!  Algunas de sus primeras palabritas son «yo, mi, mío».  También es una característica de los bebitos en Cristo de cualquier edad

Pablo les dijo a los corintios: «Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces  todavía.»  Tanto los bebitos espirituales como los bebitos físicos necesitan una dieta de leche.  No son suficientemente maduros para comer carne.

El escritor del libro de Hebreos subraya este mismo pensamiento: «Porque debiendo ser ya  maestros, después de tanto tiempo tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuales son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegados a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (He. 5:12-14).

Se manifestaba el egoísmo por el espíritu de: «Yo quiero mis propias ideas de la vida más  que las de Dios.»  En el capítulo 2 y 3, uno de los problemas de la iglesia de Corinto era la sabiduría humana.  Estimaban sus propios puntos de vista tocante a la vida y aun pensaban en las cosas espirituales desde una perspectiva humana.  Este era una forma de engaño egoísta de sí mismos.  «Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.  Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios, que son vanos» (3:18-20). 

El capítulo 6 revela que los corintios entablaban juicios los unos contra los otros en los tribunales porque creían ser «defraudados» (v 6-8).  Manifestaban este egoísmo sin pensar en lo que aquella acción egoísta les haría a otros.

También abusaban de las libertades cristianas por su egoísmo.  «Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles.  Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil,  ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió» (8:9-11).

Pablo reprocha a la iglesia su egoísmo en la cena del amor, el ágape, que precedía a la Santa Cena.  «Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor.  Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga.  Pues qué, ¿no tenéis casa en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada?  ¿Qué os diré?  ¿Os alabaré?  En esto no os alabo»  (11:20-22).  Se atiborraban de comida en el ágape mientras que los pobres seguían con hambre.  Se embriagaban sin pensar para nada en los efectos.  Esto es puro egoísmo.

¿Sería bueno establecer líderes en base a los criterios y actitudes de la iglesia de Corinto?

Los corintios no eran ignorantes de los dones.  Ellos tenían todos los dones, pero ignoraban voluntariamente los propósitos de estos dones y el uso propio de ellos.

Como dice George E. Gardiner, quien fuera anteriormente un carismático: «Los corintios usaban los dones para su auto-edificación (satisfacción propia), práctica que Pablo reprendió en los capítulos del doce al catorce. (1) La auto edificación es el meollo de una fuerte razones para practicar el hablar en lenguas hoy día.

¡Cuidado con el egoísmo corintio! ¡Mira al Salvador, y como se entregó a sí mismo en su amor y cuidados de nosotros! ¡Que se vea en nuestra vida ese carácter como parte de nuestra madurez en Cristo!

Además de la división y el egoísmo, aparece otro síntoma de inmadurez espiritual.

La crítica.  El grupo de Corinto «menospreciaba» a Pablo porque creían que ellos lo superaban y que espiritualmente lo había dejado atrás.  «Yo en muy poco tengo de ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo mismo me juzgo a mí mismo» (4:3).  Su actitud  inmadura se representó en una cita crítica que viene de ellos, la que Pablo emplea.  «Porque a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable» (2 Co. 10:10).

Los corintios eran los hijos espirituales de Pablo, sin embargo desafiaban su apostolado.  El estaba turbado, pero se sentía obligado a defender su autoridad apostólica con lo que se podría llamar «jactancia obligada» en 2 Corintios 11 y 12.  En efecto lo que hacía él era desafiar su inmadurez espiritual que se manifestaba en la crítica injustificada contra él.  La crítica tenía sus raíces en el orgullo, y Pablo señaló eso.

«Estáis envanecido» son las palabras que Pablo usó para describir aquél orgullo.  Relacionó su orgullo con su espíritu divisionista y cismático, también, porque su crítica de él estaba involucrada en estas preferencias particulares.

«Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que estas escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros» (1 Co. 4:6).  Así que otra vez dijo: «Más algunos están envanecidos, como si yo nunca hubiese de ir a vosotros.  Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el poder de los que andan envanecidos.  Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder» (4:18-20).  Lo que importaba no era la «presunción» sin o el «poder».

Durante todos estos años he sabido de la crítica, a veces cubierta, o veces abierta, contra los que no hablaban en lenguas. La presunción era la siguiente: «Puesto que yo hablo en lenguas, ¡soy más espiritual que tú!» ¿Dónde está el espíritu de humildad?  Es posible de los que hablan en lenguas sean «más espirituales» que los que no hablan en lenguas por causa de otros factores, pero al hablar en lenguas no es el factor decisivo.

«Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tiene que no hayas recibidos? (4:7).  Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho….  Pero estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (12:7, 11).

Si los corintios tenían el don de lenguas, por ejemplo, ¿era por mérito de ellos que tenían este don?  Antes bien por causa de la dádiva soberana de Dios, ¡lo que sería más apropiado sería un espíritu de humildad y alabanza!  Mirar a un hermano que no tiene este don y considerarlo por ello inferior y no muy espiritual a los ojos de algunos no era motivo para gloriarse.

Satíricamente Pablo afirma este mismo pensamiento en 1 Corintios 4:8: «Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!»

Durante las guerras de los ingleses y los franceses, el almirante Phipps tenía al mando de la armada británica que estaba anclada fuera de Quebec, esperando la llegada de las tropas terrestres.  Sus órdenes fueron que se quedara allí tranquilamente y más tarde avanzaran contra la ciudad en un «ataque conjunto» que se planeaba.  Phipps llegó temprano, y siendo un disidente ardiente, fue perturbado por las imágenes de los santos que adornaban el techo y la aguja de la iglesia catedral católica que estaba cerca de la costa.  Así que se pasó disparando contra ellas con los cañones de su barco.  Cuántas imágenes en efecto se afectaron y se destruyeron no se sabe; pero la historia afirma que cuando llegó la infantería y se dio la señal para el verdadero ataque, el almirante Phipps se quedó sin pólvora y sin bombas.  ¡Quedó impotente contra el enemigo porque había gastado su munición «disparando contra los santos»!  ¡Los cristianos deben tener cuidado de no cometer el mismo error!  Cuidado con la crítica corintia.  Usa de la oración, el amor y la autocrítica con equilibrio, al mismo tiempo manteniendo la verdad con cuidado.

La tolerancia del pecado en la iglesia.  Este era otro síntoma de la inmadurez.  El Señor Jesús dijo que la iglesia debía de ser «sal» y «luz» en el mundo (Mt. 5:13-14).  La sal restringe la podredumbre.  La luz hace desaparecer las tinieblas.  La iglesia corintia debía de ser sal y luz, y nosotros también.

En vez de restringir la maldad, la iglesia de Corinto fue vencida por ella.  Lejos de arrojar luz, se metieron en la sombra.  Como dijo alguien: «La ciudad de Corinto tuvo su impacto en la iglesia.  ¡Dios quería que la iglesia tuviera un impacto en la ciudad!» (2)  ¿Y nosotros?  ¿De veras somos sal y luz?  Lástima que los creyentes corintios toleraban la maldad dentro de la iglesia.  Pablo se escandalizó al saber que unos de los miembros vivía en fornicación con su madrastra, una acción desaprobada aun por los paganos más amorales.  «De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que algunos tiene la mujer de su padre.  Y vosotros estáis envanecidos.  ¡No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?» (5:1-2).

No reconocieron la actividad del pecado en el cuerpo.  Se había embotado su sensibilidad hacia el pecado.  No se estaban deleitando en su pecado, ¡pero estaban tan envanecidos en sus divisiones que no tenían tiempo para tratar con el pecado!  Descuidaron lamentarse por el pecado.  «¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?» (5:6b).

Los corintios fracasaron por no apartarse de la maldad.  «Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois: porque nuestra pascua, que es Cristo.  Ya fue sacrificada por nosotros» (5:7).  Palabras fuertes concluyen el capítulo 5: «Más bien os escribí que no os juntéis que ninguno que, llamándose hermano, fuese fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con tal ni aun comáis.  Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están afuera?  ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro?  Porque lo que están fuera.  Dios juzgará.  Quitad, pues a ese perverso de entre vosotros» (5:11-13).

Algunos de los cristianos corintios estaban involucrados con prostitutas, quizás identificándose con la adoración de los templos paganos que los rodeaban.  «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?  ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera?  De ningún modo.  ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella?  Porque dice: Los dos serán una sola carne.  Pero el que se une al Señor, un espíritu con él.  Huid de la fornicación.  Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca» (6:15-18).

Tuvieron que ser recordados que sus cuerpos eran el templos del Espíritu Santo.  «¿O ignoráis que vuestros cuerpos es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?  Porque habéis sido comprado por precio; glorificad, pues, a Dios con vuestros cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios»  (6: 19-20).

Herejía en la iglesia.  Parte de esta maldad que era tolerada por los corintios era moral: otra parte era doctrinal, es decir, la herejía se estaba infiltrando en la iglesia.  Generalmente la herejía acompaña la presencia de maldad en la iglesia.  «¿No sabéis que sois templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros?  Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él.  Porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es»  (3:16-17).  El templo de Dios se había corrompido.  Más tarde la referencia tiene que ver con el templo físico del cuerpo.  Aquí la idea se refiere al templo espiritual de la iglesia que estaba siendo corrompido por maestros falsos.

Hasta la doctrina de la resurrección estaba siendo cuestionada por algunos de la congregación.  «Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿Cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?» (15:12).

De nuevo afirma Pablo.  «Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestro sentido sea de alguna manera extraviado de la sincera fidelidad a Cristo» (2 Co. 11:3).  Más tarde les manda: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe» (2 Co. 13:5).

Todo esto demuestra que era una iglesia que estaba detenida en su desarrollo, carismática en su práctica, inmoral en el vivir, y hereje parcialmente en la doctrina. Pablo le escribió con corazón quebrantado a esta iglesia en la cual había empleado tanto tiempo, esfuerzo y enseñanza: ¡una tragedia!  Cuidado con la tolerancia corintia de la maldad.  ¡Cuidado con el corintianismo!

Un gran principio.  La madurez espiritual no se determina ni por la posesión ni por ejercicio de los dones espirituales.

El doctor Charlyes Ryrie define la madurez espiritual junto con su formula, diciendo así: «La madurez cristiana es el crecimiento que el Espíritu Santo produce durante un período de tiempo en el creyente.» (3)

La fórmula: C x T = M. C representa la tasa de crecimiento.  T denota el tiempo, y M significa madurez.  La meta es la madurez cristiana.  Para lograrla se necesita más tiempo, o menos.  Así es que el factor clave es la tasa de crecimiento, o la obra del Espíritu Santo en la vida.

Algunos carismáticos afirman que las lenguas determinan este factor C, esta tasa de crecimiento hacía la madurez espiritual.  La palabra de Dios no apoya tal idea, y el ejemplo de los corintios las niega.

La lectura esmerada de la Palabra de Dios, la oración, y la obediencia a la Palabra de Dios, que resultan a la adoración, la comunión, y el testificar, contribuirán a la manifestación del fruto del Espíritu a la vida del creyente, a medida que uno se entrega a su control.  Por lo tanto el creyente no tiene que procurar el don de lenguas para alcanzar la madurez espiritual.

División, egoísmo, crítica, y tolerancia de la maldad, tanto personal como doctrinal, caracterizaban la inmadurez espiritual de la iglesia corintia.  ¡En lugar de estos síntomas, el Espíritu Santo deseaba producir su fruto!