Aprendiendo a Orar

Por Roger Bergman

 

Orar conforme a la voluntad de Dios

El jovencito había hecho mal. Le tocaba ser corregido por su padre. Antes de recibir la corrección, dijo a su padre: “Papi, vamos a hacer un negocio….” Era gracioso para aquel padre oír esas palabras de su hijo, pero tristemente no es tan extraño que nuestro Padre Celestial oiga peticiones semejantes de Sus hijos. Según van creciendo y nuestros hijos maduran, esperamos que aprendan a hacer peticiones apropiadas y que nos las presenten de una manera adecuada para conseguir lo que desean. Queremos que aprendan a pedir lo que saben que queremos darles. Cuando lo hacen así, piden de acuerdo con nuestra voluntad  y ¡reciben bendiciones! Y además de conseguir sus peticiones, reciben algo sumamente mayor: intimidad y comunión con nosotros.

 

El salmista dice que “la comunión íntima es con los que le temen…”(los que honran a Dios, que se esfuerzan en hacer lo que Él manda y lo que le agrada). (Salmo 25:14).

 

¿Cómo, pues, debemos orar?

 

Con los discípulos, pidamos al Señor, “Señor, enséñanos a orar.” (Lucas 11:1) Cuando ellos se lo pidieron, el Señor les contestó con las siguientes palabras: “Cuando oréis…” Primero, hay que orar. Si no le pedimos nada, es seguro que nada conseguiremos. Segundo, hay una base que justifica nuestras peticiones.  Jesús continuó diciendo: “decid: Padre nuestro…” Somos Sus hijos; y Él, como Buen Padre, nos trata como a hijos. Nos da lo que pedimos

conforme a Su voluntad. Y, ahora es cuando encontramos la dificultad. ¿Pedimos conforme a Su voluntad? ¿Podemos saber la voluntad de Dios para que pidamos según los deseos que Él tiene para nosotros? Si podemos llegar a ver que la respuesta es sí, nuestro tiempo en oración puede ser transformado. Nuestros hijos no temerían pedirnos permiso para ir a la iglesia para salir a repartir folletos. Pero ¡deben temblar cuando quieran pedir permiso para salir a la

calle a las doce de la noche durante las fiestas del pueblo!

 

¿Sabemos pedir según la voluntad de Dios? ¿Podemos saber lo que le agrada, para que sepamos seguro que Él nos dará las peticiones que le presentemos? Gracias a Dios, sí, lo podemos saber. No es algo oculto. No es nada profundo realmente. Es algo tan sencillo como leer la Palabra de Dios y orar conforme a lo que hemos leído. Es lo que Dios dice en 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme

a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa

que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

 

Por ejemplo, volvamos a la oración modelo que Jesús enseñó a Sus discípulos en Lucas 11: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. (ver.2). En este versículo hay por lo menos tres peticiones claras conforme a la voluntad de Dios: “santificado sea tu nombre,” “venga tu reino,” y “hágase tu voluntad…” En vez de mirar nuestras listas de oración y decir, “Dios, te pido que bendigas al hermano tal, y a nuestro pastor,” o “Señor te pido que estés con tus siervos en…” ¡vamos a pedir algo en concreto! ¿Dónde pensamos que Dios va a estar en relación con Sus siervos? ¡Él mora EN nosotros, Sus siervos/hijos! Vamos a usar Su

Palabra como guía. Vamos a pedir a Dios que el nombre de Dios sea santificado en la vida de nuestro pastor, por ejemplo. Pidamos que él sea más santo (“santificado”) hoy que ayer, por medio de un mejor conocimiento de Dios a través del mismo nombre de Dios. Pidamos que el reino de Dios “venga” a su vida; o sea, que Dios reine en él, que Dios sea su Señor absoluto, su “déspota”, y que él no resista esa soberanía de Dios en él, sino que se someta completamente a la misma. Y luego, pidamos que en todo, la voluntad explícita de Dios se haga (“hágase tu voluntad”). No hay lugar a dudas que estas peticiones reflejan la voluntad de Dios porque Dios mismo nos ha dicho cómo debemos orar, y qué debemos pedir. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.”

 

En este apartado, examinaremos una multitud de peticiones que son “conforme a Su voluntad.” Elija la Escritura, y habrá alguna petición en ella. Por ejemplo, conforme a Hechos

12:44 debemos pedir que el Espíritu Santo caiga sobre los que oigan nuestras predicaciones del evangelio para que sean salvos. Conforme a Efesios 2:10, debemos orar que los creyentes hagan buenas obras, para lo cual fueron “creados en Cristo Jesús.” Conforme a Apocalipsis 20:1 y 2 podemos pedir que Satanás esté encadenado para no estorbar el plan de Dios para la salvación del mundo. Al leer la Palabra de Dios, Dios nos enseñará Su voluntad específica para que oremos conforme a ella. Así sabremos que tenemos lo que pedimos. ¡Que Dios nos ayude a escudriñar las Escrituras para que sepamos cómo pedir conforme a Su voluntad, y que empecemos a orar, comoDios manda!

 

Gracias a Dios, podemos saber seguro que Dios nos dará las peticiones que le presentemos. No es algo oculto. No es nada profundo realmente. Es algo tan sencillo como leer la Palabra de Dios y orar conforme a lo que hemos leído. Es lo que Dios dice en 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos 

oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

 

Imagínate que estás leyendo en el Evangelio de San Juan, capítulo 18 y ves la pregunta que hizo Pilato al Señor Jesús en versículo 33: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”  Y luego te preguntas: ¿Es el Señor Jesucristo, Rey de mi vida?  Sigues leyendo y ves en el versículo 36 que el reino de Jesús “no es de este mundo.”  Y te preguntas: ¿Dónde está mi corazón, en este mundo, buscando sus riquezas, o en el Cielo, buscando los tesoros que Dios realmente valora? Sigues leyendo y entras en el capítulo 19 donde lees en el versículo tres que los soldados que azotaron al Señor también le vituperaban, burlándose de él como un gran Rey con una corona de espinas. Y te preguntas: ¿Me da vergüenza identificarme con este Rey Jesús? ¿Me avergüenzo del evangelio? Luego encuentras a Jesús en el versículo 14 presentado como el Rey de los judíos, y ellos responden que no tienen más rey que César. Y te preguntas: ¿Tengo yo más rey que Jesús mismo?

 

Pero hay más en cuanto a este concepto. El Señor Jesucristo es “Rey de reyes y Señor de señores” según Apocalipsis 19:16. Pero, ¿es verdad? ¿Es una realidad en nuestras vidas? ¿Qué debemos hacer con los otros reyes en nuestras vidas que levantan sus cabezas y demandan nuestro tiempo y culto? En Josué 12 vemos una lista de treinta y un reyes que “derrotaron Josué y los hijos de Israel.” (versículo 7). Nosotros también tenemos nuestros “treinta y un reyes” que tendremos que derrotar. Por eso, hay que pedir ayuda a Dios. No somos capaces de derrotar a estos otros reyes aparte de Su gracia y poder. ¡Hay que pedir, y apoyarnos en Su poder! Y hay que pedir que nos ayude a VERLOS. ¿Cuánto tiempo te ha pedido y quitado, el Rey Ordenador, esta semana? ¿El Rey Televisor te ha llamado para pasártelo bien en su presencia? ¿Y el Rey Deportes?, ¿qué te ha pedido este mes? Estas cosas pueden tener su lugar, pero que ¡nunca lleguen a gobernarnos!

 

Cuando estemos orando, hay que tener la actitud correcta. No estamos pidiendo a cualquier persona que nos dé un poco de ayuda. Vamos delante de un rey, y ¡qué rey! Dios es el rey soberano del universo. El que podría decir a una galaxia “¡desaparece!” y ya no existe aquella galaxia. Él dijo a Sus discípulos: “si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible.” (Mateo 17:20) Pero somos, con los discípulos, “hombres de poca fe.” Más pequeña es nuestra fe que el grano de mostaza comparado con un grano de maíz. Cuando oremos, tengamos las siguientes tres ideas en mente:

 

1) Estamos pidiendo a DIOS. No le usemos para satisfacer cualquier capricho que tengamos, pero tampoco pensemos que a Él no le interesa saber, y cumplir “las peticiones de nuestro corazón.” (Salmo 37:4) Estamos pidiendo al Soberano Dios, que hasta controla los gobiernos de esta tierra, quitando y poniendo reyes cómo bien le place (Daniel 2:21). ¡Pídele, hermano!

 

2) Tenemos que pedir que Dios nos ayude a derrotar a cualquier otro rey que haya en nuestras vidas personales. Hay otros reyes en este mundo; reyes que demandan nuestro tiempo y atención. Tenemos que declarar y demostrar nuestras lealtades, y con la ayuda de Dios, derrotar a estos otros reyes, postrándonos a los pies del verdadero Rey.

 

3) Tenemos que pedir a Dios igualmente por las personas que tenemos en nuestro corazón para recordar en oración. No podremos servir juntos si estamos sirviendo bajo distintos amos.

 

“Señor y Padre Santo, pedimos que nos libres de estos otros reyes que quieren gobernar en nuestras vidas. No permitas que el rey de los vicios tenga victoria sobre la templanza, sino danos de tu gracia para que vivamos con sobriedad sin entregarnos a las pasiones carnales que tenemos. Oh, Dios, da gracia a nuestros hijos y amigos para que el rey “YO” no reine en sus vidas, sino que te sirvan a ti y a los demás como Cristo serviría. Derrota al rey de la mentira en mi vida para que siempre diga la verdad, tanto a Ti cuando me convences de pecado por tu Espíritu Santo, como a mi prójimo cuando me pida cuentas y tenga que decirle la verdad. Señor, haz que cuando el rey del tiempo me lo quiera robar para que pase más tiempo en el ocio, e incluso en la lujuria, que en la lectura de tu Palabra y en estos tiempos de oración, no me venza. Señor, que seas tú el exclusivo Rey de mi vida. Amén.”

 

Un principio importante en nuestros estudios bíblicos es el de no sacar ninguna “interpretación privada” de ningún pasaje. No hay significados  místicos en ciertos pasajes que Dios revela a ciertos individuos, que no se conforman al verdadero significado de las palabras en los idiomas originales de la Biblia.  Sin embargo, Dios nos habla a través de Su Santa Palabra de maneras, a veces, diferentes.  Uno tendrá su porción favorita de las Escrituras.  Otro tendrá una necesidad urgente y grave, y Dios, el Espíritu Santo, el Gran Consolador, le dará consuelo o consejo, directamente de la Biblia, y de una manera muy personalizada.  Pero todos tenemos que responder a las verdades que Dios nos presenta en Su Palabra.  Tenemos que obedecer, y la obediencia no sólo se demuestra en nuestras acciones, sino en nuestras oraciones también.  El creyente debe formar sus peticiones a base de las mismas palabras de la Palabra de Dios, y como hemos visto en el anterior artículo sobre este tema de la oración, podemos estar seguros que Dios nos dará las peticiones que le presentemos.  No es algo oculto.  No es nada profundo realmente.  Es algo tan sencillo como leer la Palabra de Dios y orar conforme a lo que hemos leído.  Como Dios dice en 1 Juan 5:14-15 “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.”

Consideremos aun otro pasaje de las Escrituras en nuestro deseo de orar “conforme a su voluntad.”  Miremos Romanos 12 por un momento.  Podemos quedarnos muchos días contemplando y utilizando todos los mandatos del Señor que se encuentran en Romanos 12 como base de nuestras oraciones.  Solamente el primer versículo nos puede servir durante varios días de guía para nuestro tiempo a solas con Dios en comunión íntima, rogándole que nos conceda los deseos de nuestro corazón.

Es curioso ver, primero, que Pablo empieza el versículo 1 con las palabras: “Así que, hermanos, os ruego…”  En su exhortación, está rogándoles, o bien, rogándonos, que hagamos algo conforme a la voluntad de Dios.  Es un tipo de oración que Pablo emplea aquí.  Y si nosotros hacemos lo mismo, nuestra oración podría salir de este versículo algo así: “Padre Santo, te ruego que me convenzas de MI necesidad de presentar mi cuerpo en sacrificio vivo, santo, y agradable a ti, y que me impartas el poder de tu Santo Espíritu para que sea una realidad.”  Orando así, tomamos el primer paso en poner estos mandatos de Dios en práctica en nuestras vidas.  Demostramos una comprensión de Su voluntad, expresamos nuestra disposición de hacerla, y pedimos Su ayuda para que sea una realidad diaria.

Ahora, ¿cuál es la voluntad de Dios, según este versículo?

 

Primero, que vivamos como sacrificios vivos.  Cuando Dios nos exige aquí que nuestras vidas sean “sacrificio(s) vivo(s),” ¿qué nos pide?  Nos pide seguir las pisadas de Jesús. Nuestro Señor se sacrificó a sí mismo por nosotros, y no podemos, ni tenemos que duplicar SU sacrificio en la cruz. Sin embargo, como Él, “como cordero llevado al matadero” (Isaías 53:7a), no debemos quejarnos de las aflicciones con las que nos enfrentamos.  No tenemos “derechos” propios que podemos reclamar.  Hemos sido comprados por precio, y ese precio fue la sangre que Él derramó cuando fue sacrificado por nosotros (1 Corintios 6:11 y 20).  Entonces, debemos orar así: “Señor, me has salvado.  Tú eres Señor y Dueño de mi vida. Soy siervo tuyo, y me ofrezco para hacer lo que te agrada a ti.  Ayúdame a no buscar lo que me agrada a mí.”

 

En segundo lugar, el texto nos dirige a pedir que seamos santos.  Hay multitud de otros pasajes en la Biblia (1 Pedro 1:16 entre ellos) donde Dios nos indica que es Su voluntad que vivamos santamente, y si el Espíritu Santo nos convence de pecado (falta de santidad) en nuestras vidas, o si vemos algo parecido en la vida de otro creyente, pues esa misma falta llega a ser una petición apropiada.  “Señor, no somos santos.  Vivimos en el mundo, y estamos viviendo (en tal cosa) conforme al mundo, que sabemos NO es según tu voluntad (Juan 17:15-17  y 1 Juan 2:15-17).  Haznos santos, separados de lo que es común en el mundo; que nuestra música no sea el típico sonido que se oye por todos lados donde hacemos las compras, y por supuesto que no tiene nada que ver con lo que sale de las discotecas; que nuestros pies no nos lleven donde podamos ver fotos pornográficas, ni oír chistes malsonantes; que vivamos apartados de todo eso, y cada vez más cerca de ti.”

 

Tercero, debemos pedir que lo que hacemos sea agradable a Dios.  ¿No es verdad que una persona puede hacer algo “aceptable,” que no sea “agradable”?  Por ejemplo, un niño puede sacar la basura, obedeciendo a sus padres (es correcto hacerlo, es “aceptable“), pero si lo hace con un espíritu amargo, y se queja (o bien con palabras, o simplemente con una cara larga) no es agradable.  A tal niño, no le vamos a premiar, ni aplaudir.  Debemos orar por él, y por nosotros mismos cuando hagamos cosas parecidas.  “Santo Padre Celestial, lo que hago muchas veces lo hago con una mala actitud.  Perdóname, y dame tu gracia para que haga yo siempre lo que te agrada, de una manera que también te sea de agrado.  En el precioso Nombre que es sobre todo nombre; en el Nombre de Aquel que frente a Sus trasquiladores, “enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7b), nunca quejándose de los abusos que sufrió, dándome ejemplo que seguir; en el Nombre de Jesús. Amén”.

 

Orar, saber que Dios nos oye, y que contestará afirmativamente…es algo tan sencillo como leer la Palabra de Dios y orar conforme a lo que hemos leído.  Como Dios dice en 1 Juan 5:14-15 “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

Consideremos esta vez un versículo en Santiago 1. El versículo 19 nos instruye sobre el oír, el hablar, y el enojo.   Pero miremos el contexto para ver la importancia que tienen estos mandatos.  En los versículos anteriores, Santiago nos enseña algo importante acerca del pecado.  Nos enseña el proceso que ocurre cuando pecamos. Y sí, desgraciadamente, pecamos…y mucho más de lo que pensamos.  ¿Qué de las “mentiras piadosas”, o de las palabritas (por no decir, incluso, palabrotas) dichas cuando nos enfadamos, o de la envidia que cubrimos diciendo para justificarnos que “¡sólo estamos observando lo que tienen!”?  En este contexto, parece que el cumplimiento de estos mandatos de estar “pronto para oír, tardo para hablar, y tardo para airarse” nos pueden ayudar en la lucha contra el pecado.  ¡Qué tremendo!  ¿No queremos ayuda en esta lucha?  Luego, en los siguientes versículos, vemos que el cumplimiento de estos mandatos del versículo 19 resultan en una preparación adecuada y necesaria para que recibamos “con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas” (versículo 21).

 

Ahora bien, ¿cómo debemos orar en este asunto?  “Pronto para oír”.  Vamos a ser muy prácticos, empezaremos en el hogar.  Vamos a comenzar con la cabeza del hogar; con el padre.  Los padres tenemos fama, pues, en este caso, la mala fama, de no escuchar bien.  Por una multitud de razones, distintos hombres no escuchan bien. Pero no es sólo una característica del hombre. Seguimos en la familia con la esposa en el hogar.  Parece que hay algunas esposas que tampoco escuchan bien, porque lo que les pide el marido no se cumple.  Puede ser que él tenga la culpa por no haberle dado instrucciones claras, pero a veces hay algo que falla allí también.  Y luego tenemos a los niños de la familia.  Aquí se encuentra otro grupo de individuos que sufre de “no oír lo que me has dicho”.  Pero, ¿será posible que todos suframos de algo más profundo, más pernicioso, en cuanto a esta tendencia de “no oir”?  Tal vez el problema se ve primero en nuestra relación con Dios.  Quizás no le escuchamos, o cuando oímos Su voz, no prestamos atención porque no nos gusta el mensaje.  Si es así, no debe de sorprendernos que existan los conflictos que experimentamos en casa.  Y luego, estos mismos problemas se extienden  a la familia de Dios.  Nos reunimos en la iglesia y hablamos mucho, mientras pocos oyen.  Y no llegamos a conocernos, para poder ayudarnos el uno al otro.

 

Padre Santo, somos egoístas en muchas cosas.  No somos prontos para oír. En tu Palabra nos dices también que todas las cosas que queremos que los hombres nos hagan, nosotros debemos hacerlas con ellos también.  Queremos que los demás nos escuchen, pero no les escuchamos nosotros.  Haznos, Señor, buenos oidores; primero, de tu Palabra, y también de los demás.

 

“Tardo para hablar”.  Esta siguiente frase nos exhorta a ser “tardo para hablar.” Este mandamiento está claramente vinculado con el anterior.  Si vamos a ser “prontos para oír,” difícilmente seremos prontos para hablar.  Pero somos demasiado prontos para hablar, y aquí se ve nuestro orgullo cuando nos jactamos de cosas que no sabemos.  Santiago mismo nos dice más tarde en capítulo 4, versículos 13 y 14 que debemos tener cuidado con lo que decimos acerca del futuro, incluso lo que habrá en el día de mañana.  Pedro no enseña a la mujer que tiene marido que no es creyente a ganarle con sus propias palabras (1 Pedro 3:1), sino que aquel hombre se ganará por “la conducta casta y respetuosa” de su esposa, “sin palabra” suya (v 2).  El sabio Salomón nos dice en Proverbios 10:19 que “en las muchas palabras no falta pecado,” y que “el que ahorra sus palabras tiene sabiduría.” (17:27).  Así que, podemos ver que no sólo son mandatos que hay que cumplir, sino que el cumplimiento de ellos trae bendiciones también. Y no se nos olvide la solemne verdad; que un día daremos cuenta de “toda palabra ociosa que (hablamos)” (Mateo 12:36).

 

Querido Padre Celestial, somos muy orgullosos. Queremos que todos nos escuchen, y pensamos que siempre tenemos la razón. Perdona esta maldad, y enséñanos lo poco qué sabemos, y danos hambre y sed de justicia; de conocerte a Ti, y de saber la verdad.  Haznos tardos para hablar, por tu gracia.

Si recordásemos orar así por nosotros mismos, y por los demás, ya sería más que suficiente para un día los anteriores detalles de este versículo para recordar en la oración.  Pero queda uno más: “Tardo para airarse”.  Podemos ver claramente qué fácil es que uno se enfade. Nos enfadamos cuando otro conductor va demasiado lento en la carretera cuando nosotros tenemos prisa.  Nos enfadamos cuando se quema la comida.   Nos enfadamos cuando nadie reconoce nuestra contribución a un proyecto en la iglesia.  Nos enfadamos cuando alguien ¡no nos escucha!   Pero no tenemos derecho a enfadarnos.  Primero, porque Dios es el que tomará la venganza, si es que hace falta que se la tome.  Segundo, porque no tenemos ningún derecho a exigir nada prácticamente a nadie (excepto los padres, de los hijos, etc., aunque eso, siempre sin enfadarnos).  Cristo es el Señor.  Es soberano.  Nada ocurre aparte de Su voluntad.  Entonces, cuando nos enfadamos, pecamos contra Él, porque no nos gusta lo que Él ha permitido, y/o diseñado para nuestras vidas.  Tengamos cuidado, hermanos, de no caer en esta trampa de demandar nuestros llamados “derechos,” porque el ser popular no lo hace verdad.

Nuestro Santo Dios, te pedimos que nos recuerdes que tú tienes todo bajo tu control.  Ayúdanos a no enojarnos por lo que nos ocurre.  Danos la gracia que necesitamos para que en todo estemos tranquilos, siempre orando con tu paz que sobrepasa todo entendimiento.  Que seamos “prontos para oír, tardos para hablar, y tardos para airarnos”.

 

A lo largo del artículo, hemos considerado el tema de la oración; en concreto, cómo orar conforme a la voluntad de Dios, y así saber que Él nos oye, y que “tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:15).  Hemos contemplado oraciones Bíblicas para aprender acerca de la oración, pero más que estudiar oraciones particulares, hemos visto que cualquier mandato que Dios nos da en Su Santa Palabra no es para nuestra “consideración”, sino para nuestra obediencia.  Así que, lo que Él nos manda puede considerarse una petición de oración por nosotros, y por los que están en nuestro corazón para recordar ante el Padre en oración.

Esta vez, vamos a reflexionar sobre la siguiente pregunta: ¿Por qué orar?  Vamos a ver si no es verdad que la respuesta simple es: PORQUE ES OBEDECER.  Luego, vamos a ver si no es verdad que el obedecer es amar, y si el amar a Dios no es dar;  tal y como Él se dio a sí mismo en la Persona de Su Amado Hijo.

 

Primero: Orar es obedecer.  

 

Dios nos manda orar.  1 Tesalonicenses 5:17 dice claramente: “Orad sin cesar”.  Jesús dijo en el Sermón del Monte que deberíamos orar incluso por los que nos ultrajan, por los que nos molestan.  Cristo también dijo a Sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación…”.   Hay propósitos por los cuales debemos orar; no sólo para que Dios nos conteste, sino para que nos guarde también; que nos guarde de las tentaciones frente al pecado, y también que nos guarde de la tentación de ceder algo frente al enemigo del alma que nos quiere “devorar”.  Dios, en Su Palabra, también nos exhorta a orar.  Pablo dijo en 1 Timoteo 2:1 y 2: “Exhorto, ante todo, que se hagan rogativas, oraciones, peticiones, y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes, y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad”.  Otra vez vemos que Dios vincula Sus promesas, y Su propia fidelidad a nuestras oraciones.  Cuando obedecemos, y Él responde, el resultado es beneficioso para nosotros también…. ¡Una vida quieta y reposada!

 

Segundo: Obedecer es Amar. 

 

Es muy importante en el hogar que los niños aprendan a obedecer.  Pero en sí, no es suficiente que obedezcan, sino que lo hagan por un motivo superior a al de “evitar las consecuencias que sufrirán si no lo hacen”.  ¿No sería mucho mejor obedecer porque aman lo que a nosotros nos importa?  Es igual en nuestra relación con Dios.  Obedecer está bien, pero obedecer porque le amamos es mejor.  Y la verdad es que si sólo “cumplimos” con lo que se nos pide, nos puede faltar la verdadera obediencia.  Como Pablo nos dice en 2 Corintios 9:7: “Dios ama al dador alegre”.  A Dios le importa el ¿cómo? y el ¿por qué? de todo lo que hacemos.  Él quiere nuestra obediencia porque le amamos, y como Cristo dijo en el Evangelio de Juan, mostramos nuestro amor cuando obedecemos Sus mandamientos.  Recuerda lo que Jesús dijo en Juan 14:15 y versículos 21 y 23: “Si me amáis, guardad mis mandamientos…el que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él…El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”.  Ver también Juan 15:13 y 1 Juan 5:3.

 

Tercero: Amar a Dios es Dar, lo cual es ser como Cristo.

 

La Biblia nos exhorta a andar en Sus pisadas (1 Pedro 2:21), incluso cuando nos cuesta sufrir.  Sufriendo no es el único instante en que le seguimos, pero lo que empieza a costarnos nos mete en el mundo del sufrimiento.  ¡Ojalá que no nos costara orar!  Pero si examinásemos a nuestra vida de oración y la comparáramos con la facilidad con que hacemos ciertas otras actividades, veríamos que sí, nos cuesta.  Pasamos muy poco tiempo orando, e incluso cuando estemos orando, nos encontramos “en otro sitio” cuando debemos estar hablando con el Padre Celestial.  El otro día, mi hijo le dijo a mi esposa que cuando él sea padre, él “también va a pasar muy poco tiempo jugando con su propio hijo,” y que “siempre va a tener muchas otras cosas que hacer en su despacho”.  Eso puede ser como un cuchillo metido al corazón de un padre.  Pero demos vuelta a la moneda y consideremos cómo tiene que sentirse nuestro Padre Celestial cuando pasamos más tiempo en otras actividades que con Él.  Cuenta las horas que comes, que lees el periódico o en Internet; el tiempo que haces deporte, o aun el tiempo que “sirves al Señor,” y compáralo con el tiempo que pasas a solas con Dios.  Esto sí duele. Ahora, piensa un momento en esta verdad: que Dios, el Padre, oye al Hijo: “…y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado”  (Juan 11:41-42).   Marta también lo sabía según vemos que dijo en el versículo 22: “Más también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”.  Y esta otra verdad: Que contesta y da cuando algo se pida en Su Nombre.  “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.  Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14).  Veamos también estos otros versículos: “Si permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho… para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo de”. (Juan 15:7 y 16).  “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”. (Juan16:24). A la luz de estos versículos si no pedimos nada, o sólo un poco, perdemos mucho.

 

No queremos cometer el error de pedir de forma egoísta, pero Dios nos promete que si tuviéramos sólo la fe en Él cómo el grano de mostaza, ¡moveríamos montañas! ¿No queremos ver a Dios obrar así?  ¿No queremos glorificarle, orando para testificar al mundo que Dios contesta la oración de fe?  Vamos a orar, hermanos, porque es simplemente obedecer, y el obedecer es amar, y el amar es dar; de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestras fuerzas, de nuestros recursos en la lucha contra el enemigo, en este, su reino de tinieblas.

 

En nuestra iglesia tenemos la costumbre de leer un capítulo de la Biblia en voz alta, dejando a cada uno que quiera la oportunidad de leer un versículo o más. Después, cada uno tiene la oportunidad de hacer un comentario o pregunta sobre la lectura. Hace poco tiempo nos tocó el tercer capítulo de Efesios, y después, una persona hizo el comentario de cómo se destacó la oración de Pablo por los Efesios. En estos artículos sobre la oración, nuestro enfoque ha sido la oración conforme a la voluntad de Dios, la cual Él promete contestar en el afirmativo. Como nos dice en 1 Juan 5:14-15 “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” Hemos visto mandatos Bíblicos que son, en realidad, motivos perfectos para la oración. Como Dios nos dice ser santos porque Él es Santo (1 Pedro 1:16), podemos y debemos orar los unos por los otros para que estemos viviendo de una manera conforme a este mandato de Dios. Dios nos manda reunirnos juntos con el propósito de una edificación mutua, estimulándonos al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24-25). Pero aparte de todos los mandatos que Dios nos da en Su Palabra, también nos da oraciones específicas, como “modelos,” a lo largo de las Escrituras. Una de ellas es de Pablo, y se encuentra en Efesios 3:14-21. Vamos a escudriñarla.

Debemos pedir por fortaleza interior (v 16). Cuando dice aquí en versículo 16 “ser fortalecido,” la forma del verbo es pasiva y habla de reforzar algo, de fortalecerlo, estimularlo, o fortificarlo. El hecho que sea pasiva nos indica que es una necesidad que existe, la cual no se puede suplir uno mismo. Nos vuelve al principio de nuestra relación con Dios, de vernos completamente insuficientes para hacer nada para salvarnos. Como Jesús dijo en el Sermón del monte (Mateo 5:3): “bienaventurado los pobres en espíritu;” o sea, que Dios nos bendice cuando tenemos esta actitud de dependencia total en Él para suplir nuestras necesidades. ¡Dios nos guarde de llegar a tal punto que pensamos que hemos “llegado!” Y no nos es de sorprender que Pablo mismo diría en Filipenses 3:12-13 que él no pensó haberse alcanzado cierto grado de perfección, sino que estaba constantemente luchando por la gracia de Dios para ser más como Cristo.  Así que, es pasiva en que es DIOS que hace esta obra de fortalecernos.

 

Ahora, la petición es que seamos “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu.” Primero vemos la necesidad: fortaleza interior. Segundo, vemos el elemento que se emplea para fortalecernos: “poder.” Tercero, vemos al Agente de esta infusión de poder en el hombre interior: el Espíritu Santo de Dios, la tercera Persona de la Trinidad.  Tristemente, demasiados pocos nos consideramos debidamente débiles. No es malo ser débil, a menos que usemos nuestra debilidad como excusa u ocasión para la carne. Pablo aun dijo que cuando era débil, entonces, era fuerte (2Cor.12:10). Esta es nuestra necesidad: vernos débiles para que seamos fortalecidos. Luego, el elemento con el cual Dios nos fortalece es poder. Pero no es con cualquier “poder.” La palabra griega que se emplea aquí no es la que significa autoridad, sino el poder explosivo de dunamis, de la cual tenemos nuestra palabra, dinamita. Ya tenemos más que suficiente autoridad en nuestras vidas. Dios, en Su Palabra, nos manda y nos autoriza a hacer Su voluntad. Lo que nos falta es hacerla. Nos falta el poder hacerla. Y ¿quién nos dará este poder para que seamos fortalecidos en el hombre interior para hacer la voluntad de Dios? El Agente es el Espíritu Santo de Dios, el que mora en nosotros. Él que nos conoce más íntimamente que nadie porque vive en nosotros, animándonos a hacer el bien, y reprendiéndonos cuando hagamos el mal.

Debemos pedir también por amor arraigado y cimentado (v 17), y que “habite Cristo por la fe en nuestros corazones.” Teológicamente, entendemos que Cristo habita en nuestros corazones por Su Espíritu que nos ha dado, pero prácticamente necesitamos conocerle como habitante allí. Él tiene que sentirse “en casa.” Pero ¿cómo se sentirá cómodo, o “en casa” nuestro Santo Dios, en nuestros corazones? Cuando estemos arraigados y cimentados en amor. Y es porque Dios es amor (1 Juan 4:8). Si aborrecemos a un hermano, andamos “en tinieblas” (1 Juan 2:11) y el amor de Dios no está en nosotros (1 Juan  2 y 4), y no tenemos comunión con Él (1 Juan 1:6). Por eso, si queremos que Él nos escuche y que nos conteste las peticiones de nuestro corazón, tenemos que tener el amor de Dios arraigado y cimentado en nosotros. La idea de ser arraigado es la de echar raíces. Todos sabemos que una flor, por muy bonita que sea, durará poco tiempo si ha sido cortada de sus raíces. Así nosotros. Hemos sido injertados en Cristo, pero si procuramos vivir sin Él, nos secaremos. Moriremos. No produciremos fruto que sea para la gloria de la planta y de sus raíces. Y ¿cómo seremos más arraigados y cimentados en amor?

Debemos pedir por un conocimiento más completo del amor de Cristo (vv 18-19) también, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios. Otra vez, sabemos que Dios nos considera judicialmente “completos en Él” (Colosenses 2:9-10). La mayoría de los niños nacen sin complicaciones. Sin embargo, aunque sean personas “completas,” todavía necesitan mucha ayuda de otros. No pueden alimentarse. No pueden vestirse. No pueden entender el amor de sus padres. Así Dios mismo nos llama a profundizar nuestro amor, a crecer en la gracia, a ser santos. Es un motivo de oración. Tenemos que pedir Su ayuda. Igual que los niños van a la escuela para aprender, paso a paso, toda la información que tienen que saber para acabar con los estudios un día, tú y yo tenemos que comprender las verdades que Dios ha revelado acerca de Sí mismo en la Palabra de Dios. Es más, tenemos que conocerle personalmente. La oración de Pablo aquí es que seamos capaces de comprender la magnitud del amor de Dios. ¿Qué concepto tienes de Dios? ¿Te parece normal que Dios, el Creador del todo, se fijara en ti, y que Él te tome en cuenta cada día? ¡Qué amor tan grande! Como escribió el escritor de un himno: si escribiéramos acerca del amor de Dios, llenando los mares de tinta, y usando los cielos como un rollo de pergamino, se agotaría la tinta y no se llenarían los cielos antes que comentáramos todo Su amor. Oremos los unos por los otros para un cada vez mayor aprecio de Su gran amor

Y no se nos olvide que debemos pedir por la gloria de Dios en la Iglesia (v 21). El propósito de nuestra existencia no es ganar la vida. Tampoco es ganar a almas exclusivamente. Como Pablo acaba su oración aquí, el propósito es este: glorificar a Dios. El que gana mucho puede dar mucho a la obra de la iglesia local, y así facilitar la extensión de la obra de la misma, cuya misión es glorificar a Dios. El que gana a almas glorifica a

Dios porque el poder de Dios se ve en la transformación radical de una vida, la cual refleja bien la grandeza de nuestro Padre celestial. Pero la paz entre hermanos, y la sumisión de hijos a padres, y de mujeres a sus maridos, también glorifica a Dios. El ser honestos, trabajar sin quejarnos, no chismear, y no emborracharnos también glorifica a Dios. Debemos pedir que Dios nos ilumine para que veamos en cuántas maneras somos capaces de glorificarle. Y debemos orar que vivamos de tal manera que Su gloria sea una realidad a través de nuestro testimonio. Amén.

 

Ya hemos considerado varios temas para la oración, basados en los mandatos Bíblicos que tenemos a mano cada vez que leemos la Palabra de Dios. Es porque la Biblia nos dice en 1 Juan 5:14-15 que “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le 

hayamos hecho.”  Así que, debemos pedir conforme a Su voluntad. Lo que hemos visto es que cualquier cosa que Él nos manda ES SU VOLUNTAD, por lo tanto, debemos pedir por ella.

Pero pensemos un momento en otro aspecto acerca de orar “conforme  a su voluntad.” Este aspecto es el de nuestra condición cuando oramos.  ¿Cómo debemos ser? ¿No importa…o sí, importa? No estamos hablando  precisamente de nuestra moda de vestir, o nuestra postura cuando estamos  rogando a Dios, aunque estos temas también son interesantes y pueden  reflejar algo sobre nuestra actitud cuando oramos. En concreto, estamos hablando de nuestra actitud cuando hablamos de nuestras oraciones a Dios.

 

Debemos orar con una actitud de sacrificio.

 

(Salmo 107:19-22, Daniel 9:3b, Mateo 17:21, Lucas 2:37 y 5:33) Pero, ¿quién tiene que hacer

el sacrificio? Al escuchar a algunas personas orar por los inconversos, uno se queda sorprendido por lo que se oye  porque piden que Dios no les deje dormir una noche entera hasta que se arrepientan de su pecado. Puede que esté bien orar así, pero en el pasaje de Mateo 17:21, ¿quién tiene que hacer el sacrificio? ¡Es EL QUE ORA! Y es porque ciertos “género(s) no sale(n) sino con oración Y AYUNO.” Oremos como (Romanos 12:1-2)

“sacrificios vivos”, hermanos.

 

Debemos orar SIN ningún PECADO conocido, pero no-confesado.

 

En Salmo 66:18 está claro que si hemos “mirado a la iniquidad,” el Señor no nos escuchará. El significado de este “mirar a la iniquidad” habla de contemplarla, de considerarla, y de justificarla como si no fuese tan grave, o peor, como si ni fuese pecado en sí.  Más tarde, para los casados, hay instrucciones particulares en cuanto a este asunto. 1 Pedro 3:7 instruye al marido a vivir con su esposa “sabiamente…dando honor…como a coheradera de la gracia de la vida, para que (sus) oraciones no tengan estorbo”. En ambos pasajes, el hecho de que haya necesidad de hacer un comentario sobre el asunto indica que existe esta posibilidad de estorbar la oración a Dios. Es más, hay toda probabilidad que es más común que rara que esta condición estorbe nuestra comunicación con Dios en la oración. Oremos con corazones puros, hermanos.

Debemos orar creyendo que Dios va a contestar.

 

(1 Juan 5:14-15 con Mateo 7:7, 18:19 y 21:22, Santiago 5:15) En este punto volvemos a los

versículos lema de estos estudios (1 Juan 5:14-15) sobre la oración porque vemos la promesa, y la certeza de que Dios va a contestar nuestras oraciones. Pero recordemos que esta confianza viene bajo cierta condición: la de pedir “conforme a Su voluntad.” El pasaje de Mateo 7 está incluido en el “Sermón del Monte” y bien conocido donde Jesús declaró: “Pedid, y se os dará…” Es sencillo, y tan sencillo que en nuestro orgullo, parece que somos

como Naamán el leproso, quien, según sus siervos habría obedecido a Eliseo si le hubiera pedido hacer algo “grande.” Somos igual de orgullosos y quizás pensamos que es demasiado sencillo simplemente pedir, y se nos dará. Pero en el pasaje de Mateo 18 tal vez encontramos algo más difícil llegar a un acuerdo con algún otro de pedir a Dios algo que puede tener

repercusiones eternas en la vida de algún hermano que haya pecado contra nosotros. Y luego, en Mateo 21:22 Jesús habla otra vez del “monte” que se mueve tanto. Es parecido a lo que Cristo dijo en el pasaje de Mateo 17 que vimos antes, sobre el sacrificio que hace falta en nuestras oraciones. Justo antes, Jesús les había reprendido como una “generación incrédula y

perversa,” (v 17) por su “poca fe,” (v 20a) que si fuese sólo “fe como un grano de mostaza,” podrían decir a un monte: “Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada (les) será imposible” (v 20b). Y por último, en Santiago 5:15 vemos que ¡Dios quiere contestar hasta oraciones para sanar a los enfermos! Oremos con toda fe y plena confianza en Dios, hermanos.

Debemos orar con actitud humilde y de arrepentimiento.

 

Conocemos a una mujer que nos ha dicho que cuando empiezan a hablar del tema de multas de tráfico, ella suele recordar a su hijo que nunca debe quejarse de ningún aviso de una infracción porque aunque no sea verdad o “justa,” (en el presente caso) por las muchas veces que ha violado las leyes de tráfico sin ser hallado, ¡ya le es debido pagar la multa! Parece un poco exagerado, pero ¿nos parece normal que un hombre como Daniel, uno de los tres hombres más honrados por Dios, aunque “estuviesen en medio de ella Noé, Daniel, y 

Job….no librarían a hijo ni a hija; ellos por su justicia librarían solamente sus propias vidas.”  Ezekiel 14:14-20. Daniel tuvo que confesar los pecados de sus antepasados, sin embargo, así lo hizo. Lo hizo porque sabía que con actitud humilde y arrepentida es que se debe acudir ante Dios. Oremos humildemente, hermanos.

 

Debemos orar “con el entendimiento.”  

 

(1 Cor. 14:15) Hay mucha emoción cuando una persona ora. Es lógico, porque si llega a ver su necesidad de pedir algo a Dios en estos días de tanto egoísmo e independencia, ya tiene que ser algo sumamente importante. Pero no pensemos que la mera muestra de emoción significa que haya más espiritualidad o madurez. Las Escrituras nos enseñan aquí en 1 Corintios 14 que tenemos la obligación de sujetarnos a una objetividad que se conforma al

entendimiento que se gobierna por la verdad de la Palabra de Dios que debe dirigir nuestro entendimiento (Jeremías 10:13) en los caminos correctos del Señor (Proverbios 3:5-6). Oremos con nuestras facultades sujetas a los pensamientos de Dios, hermanos.

 

Y no se nos olvide que la oración tiene que ser solitaria también. 

 

(Mateo 6:6 y 14:23, Lucas 9:18, Juan 6:15) Fijaos bien que no hemos dicho que hace falta soliDaridad…humana. Pues, sí, hay una gran necesidad de soliDaridad CON DIOS, pero tú, solo, puedes comunicarte con Dios, y puedes efectuar grandes cambios. Jesús tenía la costumbre de irse solo para orar. ¿No te ha parecido raro que Él hiciera tal cosa? ¡Jesús era, es, y siempre será Dios! Si alguien no tenía necesidad, sería Él. Sin embargo, Jesús salió a solas para estar en comunicación, o mejor dicho, en comunión con Su Padre. Ahora se entiende un poco mejor el asunto. Pero ¿no debe de ser el llamamiento nuestro también? ¿Por qué no nos apartamos para estar con Dios a solas? Quizás es como cuando no nos gusta estar con nuestros padres terrenales  porque hay algo entre nosotros y ellos que hemos hecho que no les agrada, y nos da pena o vergüenza estar con ellos a solas. Oremos a solas con Dios, hermanos.

Es increíble, pero es verdad, que Dios quiere estar con nosotros. Dios quiere que le presentemos nuestras cargas (1 Pedro 5:7) y quiere disfrutar de comunión con nosotros (Juan 14). Y sí, podemos entrar ante el trono de la gracia con denuedo. Pero es EN CRISTO que tenemos esa entrada abierta y disponible. Como cuando alguno tiene audiencia ante el rey, hay cierta manera de acudirnos ante aquel trono de gracia: con sacrificio, confiados en el poder de Dios para contestar, sin pecado no-confesado, con humildad y arrepentidos, con entendimiento, y muchas veces, solos.

 

El principio más importante que hemos visto en este tema de la oración conforme a la voluntad de Dios es el de basarnos en las Escrituras. Es allí donde encontramos, sin lugar a dudas, la voluntad de Dios claramente revelada. Esa voluntad NO ES para “considerar,” sino para hacer. Pero, ¿somos capaces de hacer la santa voluntad de Dios? Con tantos fallos a diario, es evidente que no. Así que, tenemos que pedir ayuda de Uno que nos puede ayudar. Tenemos que orar. No es sólo que podemos orar o que queremos orar. Tenemos que orar. Tenemos que aprender cómo orar. Seguimos insistiendo en que la promesa de Dios es cierta y disponible. Como Dios dice en 1 Juan 5:14-15 “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

Consideremos esta vez una oración de David en 1 Crónicas 17. En el versículo 1 vemos claramente que David tiene algo en su corazón: una casa para su Dios, para nuestro Dios. Era un buen deseo. Cuando se lo comentó al profeta Natán, recibió la bendición del profeta. Sin embargo, en seguida vemos que aunque fuese una buena idea, NO era conforme a la voluntad de Dios, y Dios lo deja muy claro mandando a Natán a David con las noticias de cesar con la idea. ¿Cómo recibió David esas noticias? ¿Se enfadó? ¿Dejó de orar porque Dios no le había concedido su petición? ¡No! David hace algo significativo e instructivo. David ora. De todas las ideas innovadoras, David ora. En el versículo 16 vemos que David “entró… y estuvo delante de Jehová”. David sabía lo que era estar en una corte real; sabía lo que uno tenía que hacer cuando entrara en la presencia de un rey. No insiste en nada, sino que se humilla ante Dios y le pregunta: “¿Quién soy yo?” Es una buena pregunta. ¿Quiénes somos como para solicitar algo al Rey? David entra en la presencia del Rey del Universo reconociendo que Dios le conoce (v 18); por lo tanto, no le puede engañar. Así que, no lo intentará. David también reconoce que todo lo que Dios hace es bueno porque sale de un corazón de amor a Su siervo (v 19). Reconoce que Dios es Digno de todo honor y alabanza porque es sobre todo y ha redimido a Su pueblo por voluntad propia, para siempre (vv. 20-22). Luego, con un tono de sobriedad, se somete a Su voluntad diciendo: “Ahora pues, Jehová, la palabra que has hablado acerca de tu siervo y de su casa, sea firme para siempre, y haz lo que has dicho”,  (v.23). Luego, en versículo 24 David hace mención de su propia casa, no de la casa que quería edificar para Dios. Sigue en versículo 25 hablando de la promesa de Dios acerca de su propia casa diciendo: “porque tú, Dios mío, revelaste al oído da tu siervo que le has de edificar casa; POR ESO (énfasis mío) ha hallado tu siervo motivo para orar delante de ti”.

El motivo de la oración de David en esta ocasión era la “casa” que

Dios le iba a edificar. ¿Qué casa era? No era la casa hecha de piedras y de madera donde vivía el rey David, sino la casa de su familia, de su herencia. David tenía la promesa de Dios que Él le iba a bendecir aun después de su muerte. Dios iba a prolongar el reino de su familia “perpetuamente”, (v.27). Es un buen motivo para la oración: la casa que Dios edifica.

Pensemos ahora acerca de la casa de Dios en nuestros días. Nuestro Señor Jesucristo hablaba de por lo menos 2 edificios que Él iba a estar construyendo. La primera era la Iglesia (Mateo 16:18). La segunda es nuestra propia, futura morada en el Cielo donde estaremos para siempre con el Señor (Juan 14:1-3). ¿No deben de ser estas dos “casas” motivo de oración para nosotros? Vamos a considerar en qué sentido pueden ser motivo para nuestras oraciones.

La primera de ellas es la Iglesia. Esta casa debe de motivarnos como aviso a orar. Después de la muerte del rey David, le costó poco tiempo al pueblo de Dios profanar el Santo Nombre de Dios. Los pueblos alrededor se reían de los judíos y de Su Dios. Dios mismo dice en Ezekiel 36:23: “Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos”. De la misma manera que los hijos de Israel profanaron el nombre de Dios delante de las naciones entre las cuales moraron, así nosotros somos capaces de hacer lo mismo. ¡Dios nos guarde de profanar Su Santo Nombre! Esta es la necesidad de la oración hoy. Tenemos que pedir a Dios Su ayuda en no profanar Su Nombre; de vivir santamente para poder dar buen testimonio como hijos Suyos, adoptados por Su gracia. ¿Somos conscientes de las personas que nos están mirando? Son muchas las que nos miran y comparan lo que decimos creer con lo que ven que creemos cuando hacemos lo que hacemos. Dejemos de blasfemar Su Santo Nombre con todo tipo de palabrotas. Dejemos de fumar. Dejemos de escuchar la misma música del mundo, usando como excusa la “letra Cristiana.” Dejemos de engañar en los impuestos. Dejemos de leer libros de Romance con temas licenciosos y de lujuria. Todos estos son ladrillos feos en el edificio que Dios está construyendo en estos momentos. Pero, ¿cómo? Como Daniel hizo, orar. Pedir a Dios ayuda antes de la tentación para establecer convicciones Bíblicas que no se dejarán a un lado por la presión. Y pedir la ayuda de Dios en el momento de la tentación.

La segunda casa es nuestra propia morada futura en el Cielo. Esta casa debe de motivarnos a alabar a Dios. ¿Damos gracias a Dios? Pues sí, la mayoría damos gracias a Dios por lo menos tres veces al día, cuando nos sentamos a desayunar, a comer, y a cenar. ¡Pero hay otros motivos por qué dar gracias a Dios! Uno de ellos es la morada que Cristo está preparando para nosotros en la “Casa de (Su) Padre”. (Juan 14:2) Nos está preparando esas moradas porque somos miembros de la familia (Juan 1:12-13) de Dios. Es un derecho que no merecemos, pero que se nos ha concedido. Es un privilegio que no todos disfrutan. Y es curioso que, después de hablar de estas moradas en la casa de Su Padre, Jesús dice a Sus discípulos en el versículo 13 que “todo lo que pidiér(emos) al Padre en (Su) nombre, lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”.

Las casas que Dios está edificando son maravillosos motivos para orar. Hermanos, pidamos la ayuda de Dios para vivir santamente, no profanando Su Santo Nombre por una mala y perversa manera de vivir; y alabémosle por Sus múltiples bendiciones tanto en esta vida, como en la vida venidera.

 

En estos días corremos el riesgo de ser cegados a los peligros y pecados que nos rodean. Siempre ha sido así en el mundo, pero en nuestros días tenemos que enfrentarnos con los peligros y pecados que predominan en el mundo de hoy. Uno de ellos es el simple exceso de algo quizás legítimo, que incluso puede ser bueno. Un exceso de comida sería glotonería. Un exceso de contacto físico podría ser fornicación. Un exceso de humildad podría ser engaño y orgullo…y se podría añadir a la lista. En la oración modelo que el Señor Jesús dio a Sus discípulos, les enseñó que deberían orar para que Dios no les guiara en tentación, o sea, que no entraran en tentación. Es una necesidad urgente que estemos orando para que no entremos en tentación, sino que Dios nos libre del mal; sobre todo en estos días.  2 Timoteo 3:1-5 dice que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella; a éstos evita”.  Contemplando este pasaje, vemos que tenemos dos responsabilidades: 1) NO participar en dichos pecados, y 2) ORAR para que no entremos en ninguno de ellos.

Vamos a prestar atención al duodécimo de ellos, “intemperantes.” El diccionario define esta palabra así: “adj. Inmoderado, sin templanza: ejemplo: “se han terminado esas salidas intemperantes en época de exámenes”. Vemos claramente que el concepto de intemperante es de un exceso. Antes, parece que el poder hacer algo una vez en la vida sería suficiente. Pero una característica del día de hoy es el exceso. Y el creyente no está exento de esta tentación. Pensamos que si fulano tal tiene tal, pues, a nosotros nos toca tener uno también. Y lo compramos. O si cierta persona tiene los medios para irse de vacaciones un mes entero cada año, pues, nosotros también. Y vamos. Pero hermanos, estamos viviendo en tiempos difíciles de mucha tentación para pasarnos en todo. Debemos que guardarnos de estos excesos, y pedir la ayuda de Dios para que los reconozcamos, y para que los evitemos, acudiendo a Él en oración. Gracias a Dios, tenemos esta promesa del Señor Jesucristo: “Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, recibiréis” (Mateo 21:22).

 

Aparte de la palabra “intemperante” en este pasaje de 2 Timoteo, tenemos tres otras palabras en el griego original que nos hablan de estos excesos. La primera de ellas es asotía o asotós. Se encuentra en pasajes como Efesios 5:18, Tito 1:6, y 1 Pedro 4:4. Significa «disolución» o «perdidamente.» Literalmente significa (a-sotía) NO – SALVO…es decir, es vivir como si no estuviéramos salvos. Podemos ver un ejemplo de esta idea en el pasaje de Lucas 15:13 donde se nos habla del hijo pródigo que vivió «perdidamente». Pero, ¿cómo llegamos a tal punto? Paso a paso. Tomamos un primer paso alejándonos de los caminos correctos y sanos de nuestro Dios, y pronto estamos resbalando hacia abajo en terreno resbaladizo donde no nos queda remedio.

* Ya hemos perdido las raíces bien arraigadas que nos pararían de resbalarnos más.

* Ya hemos perdido contacto (casi seguro) con los amigos bien arraigados que nos podrían echar una mano.

* Ya hemos perdido, quizás el reconocimiento del bien y del mal, y no nos damos cuenta que vamos para abajo.

Hace poco salió la historia de un hombre de deporte profesional, que la noche antes de la Super Bowl de fútbol Americano, en la que él tenía que haber jugado un papel importantísimo, se quedó en el hospital. Estaba tomando sustancias prohibidas, junto con un exceso de alcohol, y dicen que se quedó “esquizofrénico”. No pudo jugar ese partido.  Desde entonces su mujer ha pedido el divorcio, y últimamente se encontró en un lugar donde no debería estar; en un club dónde las autoridades, al encontrarse con su oposición cuando le mandaron salir, tuvieron que disparar contra él alcanzándole en el pecho, y ha estado al punto de morir. Al leer los detalles de esta trágica historia, leí cómo cuando eran pequeños él y unos hermanos carnales suyos, su padre les dio a beber ese mismo alcohol, y fue todo “algo de risa”; pero fue simplemente un paso en la vida de un hombre que ahora está casi sin esperanza.

OREMOS que no entremos en la tentación del exceso, que no tomemos ese paso en terreno resbaladizo.

La palabra “a-sotía” se traduce también por nuestra palabra “disolución”, (Efe. 5:1, Tito 1:6 y 1 Ped. 4:4) que se define así: “separación o desunión de las partes de un todo”. Es como en un matrimonio. Está prohibido que cualquier de los dos de la pareja esté con otra persona en esa manera íntima, y si otro entra, hay DISOLUCIÓN, porque Dios ya ha unido esas 2 personas para que sean UNA SOLA ENTIDAD (Gen. 2:24 y Mateo 19:6) Y tenemos esa relación de “matrimonio” con nuestro Señor Jesucristo, hermanos. Efesios 5:25-33 y Juan 17:20-23 nos hablan de esa UNIÓN que no se debe disolver nunca.  Jesús dijo en Juan 17:20 «Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos…”. Cristo oró por nosotros hace dos mil años. Nosotros debemos orar también.

        

La segunda palabra que nos habla de excesos es “anakusis”. Significa literalmente: “verter, desbordarse”. En 1 Pedro 4:4 se traduce “desenfreno”. Podríamos decir que nada debe de frenarnos en nuestro compromiso de vivir para Cristo, y que NUNCA debemos vivir desenfrenadamente en las cosas que se mencionan en 1 Pedro 4:3-4 “…lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías disipación y abominables idolatrías. A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”.

        

 OREMOS que no entremos en la tentación, que no tomemos ese paso en terreno resbaladizo hacia el exceso.

La tercera palabra griega es “akrasía”, que significa: “falta de fuerzas, así que falta de control, de continencia, o de templanza (que es un fruto del Espíritu)”. Ocurre en Mateo 23:25, 1 Corintios 7:5 y 2 Timoteo 3:3 donde se traduce por “injusticia, incontinencia, intemperancia”. En Mateo 23:25 los fariseos tienen la APARIENCIA de control por fuera, pero por dentro están descontrolados. En 1 Corintios 7:5 vemos que lo más normal en un matrimonio es que estén juntos el marido y su mujer; porque SON UNO, y hay cierta fuerza en esa relación que es BUENA, por eso no deben de quedarse separados. Y acabamos donde empezamos en 2 Timoteo 3:3-5.  “…los postreros días…” se caracterizarán por «hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, INTEMPERANTES, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos EVITA.» Y oremos para que no entremos en la tentación del exceso de nada que sea malo delante del mundo ni delante de nuestro Padre Celestial.

 

Hemos considerado el concepto del exceso en la vida. Hemos visto que a la luz de tres palabras Bíblicas (en el griego original), no debemos participar en ciertas actividades, y que tenemos que rogar a Dios que no nos meta en tentación, como Jesús enseñó a Sus discípulos en la oración modelo del Sermón del Monte. Pero hay otro motivo por el cual debemos orar también. Es el de la abundancia. La abundancia es parecida al exceso, pero la abundancia que vamos a considerar ahora, de la cual la Biblia habla, es algo bueno. Debe haber una vida Cristiana abundante, la cual, tristemente, demasiadas personas del pueblo de Dios no viven, por la cual debemos orar fervientemente para que nuestro Padre nos conceda estas cosas en abundancia.

 

Se aconseja en muchas áreas de nuestras vidas, la MODERACIÓN. Es Bíblico, además, en Filipenses 4:5 – significa: «apropiado, moderado, manso, tierno, paciente, moderación». Pero hay otro principio Bíblico que tenemos que considerar; uno que puede parecer CONTRARIO a este de la moderación. Es el de la ABUNDANCIA. Hay 2 palabras principales griegas para «abundancia».

1)  Una, —que ocurre unas 69 veces en todas sus formas en el Nuevo Testamento—significa: «rico, abundante, hacer algo abundantemente».

2)  La otra, en la cual vamos a enfocarnos en este pequeño estudio—ocurre unas 86 veces en todas sus formas en el Nuevo Testamento—es: y significa «exceder un número, o una medida concreta, abundancia, por encima de lo ordinario o normal.

 

Dios quiere ABUNDANCIA en ciertas áreas de nuestras vidas. Ser ordinario o “normal” en la escala de valores de los de este mundo no es suficiente ni aceptable. Consideremos los siguientes seis aspectos de nuestras vidas que deben de manifestarse en abundancia.  Pidamos a Dios que nos derrame de cada una en abundancia.

 

1º Dios quiere gozo abundante

        

En 2 Corintios 7:4 vemos una manifestación de este gozo en abundancia en medio de la tribulación. Para poder gozarnos en medio de la tribulación, tendremos que orar mucho, ¡porque nuestra tendencia es quejarnos! Luego, en el versículo 13 del mismo capítulo, vemos un ejemplo de gozo abundante por el gozo de otra persona. ¿Nos regocijamos, de verdad, cuando alguien recibe una bendición, o guardamos ese: «ojalá que fuese yo»? ¡Dios nos libre de esta envidia! Oremos para que nos regocijemos en las bendiciones de otros. El siguiente capítulo de 2 Corintios nos da otro ejemplo de gozo bajo circunstancias difíciles, las de mucha pobreza. ¿Así somos? Pidamos a Dios la gracia necesaria como para mostrarnos gozosos aun cuando no tengamos nada que comer, recordando que Dios no nos desamparará.

 

2º Dios quiere vida abundante

 

Jesús declaró su deseo para los Suyos en Juan 10:10  cuando dijo que Él había venido para que los Suyos tuvieran vida, ¡en abundancia! Volviendo al capítulo 7 del mismo evangelio de Juan, podemos ver algo de lo que hablaba el Señor. En versículos 37 al 39 vemos que esta vida abundante sería la plenitud del Espíritu. Dice en el 39 que lo que Cristo dijo de esa “agua viva”  del 38 se refirió al “Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él.” Luego, en capítulo 17, versículo 3, vemos que esta vida se realizará con mayor conocimiento de Dios. Si nos falta una vida abundante, seguramente el problema se encontrará en nuestra relación con Dios por Su Espíritu Santo, o en nuestro conocimiento de Dios. ¿Estamos entristeciendo al Espíritu con algún pecado en nuestra vida? Tendremos que confesarlo si queremos vida abundante que el Señor nos vino a dar. ¿Estamos leyendo la Palabra para conseguir mayor conocimiento del Autor? Tendremos que buscarle con más interés dónde Él se ha manifestado, pidiendo Su ayuda en oración para que entendamos Su santa voluntad, y para que obedezcamos lo que nos revela.

 

3º Dios quiere acciones de gracias abundantes

Pablo habla en Colosenses 2:7 de la confirmación que tenemos en la vida Cristiana (v 7) cuando “andamos en Él” (v 6), lo cual debe resultar en esta abundancia de acciones de gracias. ¿Estamos agradecidos a Dios por la salvación que tenemos en Cristo? Quizás no tan agradecidos como debemos estar. Quizás las “normas” y “prohibiciones” han dejado de ser ayudas, o “setos de protección” y han pasado a ser gravosas. Pero el querido Apóstol Juan dice que “Sus mandamientos NO SON gravosos” en 1 Juan 5:3. Hay que dar gracias a Dios en TODO, tanto en los tiempos buenos, como en los difíciles cuando Él nos está probando o protegiendo de algo desconocido que podría incluso ser verdaderamente gravoso. La mayoría de nosotros oramos, dando gracias a Dios, por lo menos 3 veces al día (cuando comemos). Pero NO ES SUFICIENTE.  Es «normal.» Está bien, pero el Cristiano debe de ABUNDAR en acciones de gracias; debe hacer algo «por encima de lo normal” como hemos visto que esta palabra significa en el original.

 

4º Dios quiere amor abundante

Pablo escribió a los creyentes de Filipos diciendo en Filipenses 1:9 que quisiera que abundase su amor. Pero que se hiciera «en ciencia y en todo conocimiento»…o sea, NO emocionalmente, sino “teológicamente,” y bien pensado. En otro lugar, cuando escribió a los Corintios, en su 2ª epístola, capítulo 2 y versículo 4, expresó su “grande amor” que tenía cuando les escribió sobre algo muy duro; la “reprensión” (v 6) de un hermano. Un amor abundante amará aun cuando tenemos que hacer o decir algo difícil, en amor, incluso cuando seamos «amados menos!” (ver también 2 Corintios 12:15). Todo eso en amor hacia los hermanos. Pero tanto Jesús como Pablo hablaron de un amor abundante hacia los inconversos también; Cristo, en el Sermón del monte, diciendo en Mateo 5:43-47 “amad a vuestros enemigos” (como hizo Dios cuando mandó a Jesús en expiación por los pecados del mundo  Romanos 5:8), y Pablo en Romanos 12:20 y 21 instruyéndonos a dar de comer a nuestros enemigos cuando tuvieren hambre. Alguien ha dicho: «pagar el bien por el bien es humano….pagar el mal por el bien es demoníaco….y pagar el bien por el mal es DIVINO» Es una muestra de amor abundante. ¡Que Dios nos lo conceda!

 

5º Dios quiere  una «obra en el Señor» abundante

¿Para quién trabajamos? Debemos servir siempre al Señor, aun cuando tengamos otro jefe en el trabajo donde trabajamos en el día a día. En 1 Corintios 15:58 Pablo habla de un “crecimiento” en la obra del Señor. Esa palabra es la que estamos estudiando; o sea, que nuestra obra en el Señor sea abundante. En Juan 6:28-29 Jesús dijo que la obra de Dios es CREERLE ¿No te desanima cuando otra persona, sobre todo una que dice que te ama, no te cree? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo pensará Dios cuando no le creamos? Ten cuidado en no pensar que al hablar de abundar en una obra en el Señor significa algo numérico.  En Juan 9:1-4, cuando Jesús sanó a un hombre ciego, la obra es soberana…en un hombre a quien se le permitió—mejor dicho, fue “planificado” para este mismo día cuando Jesús le curó—que naciese ciego. Ahora mira la siega;  sólo el hombre ciego fue salvado por el Señor ese día (ver los versículos. 24-41). Pero la salvación de una sola alma es una obra grande y abundante. Luego, en Juan 14:12 Jesús dijo algo verdaderamente asombroso, que podamos hacer nosotros obras que pueden ser mayores que las Suyas….porque las hacemos ¡SIN SU PRESENCIA PERSONAL! («porque yo voy al Padre») Pero esto será posible  SI LE PEDIMOS según versículos 13 y 14. ¡Pidámosle hermanos!

 

6º Dios quiere una generosidad abundante

Aunque hay mucho más que podríamos encontrar sobre este tema en la Biblia, terminaremos con 2 Corintios 8:1-2. Seguramente todos hemos oído mensajes sobre estos versículos antes. Podemos ver de dónde sacaron esta capacidad de ser tan generosos cuando miramos los versículos 3 al 5 «a sí mismos se dieron primeramente al Señor.» Qué el Señor nos haga generosos, y que se lo pidamos en oración.

Dios es Bueno……el Único Bueno, como dijo Jesús……y nos quiere colmar de bendiciones. Quiere tantas bendiciones en abundancia como las que hemos visto. Es Soberano, pero en Su soberanía, ha escogido hacernos responsables para decidir y para escoger…..lo bueno, en abundancia, o algo diferente, que será mucho MENOS. Vamos a pedírselo todo en oración.

 

A lo largo de los últimos dos años, hemos examinado varios modelos de oración en la Palabra de Dios. También hemos visto que en casi cualquier texto bíblico se encuentran peticiones dignas de oración. El Apóstol Juan nos dice en su primera epístola, capítulo 5, versículos 14 y 15, que si pedimos cualquier cosa “conforme a Su voluntad….tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Esta es la base de este estudio. Queremos aprender cómo orar y saber que Él nos oye y que nos concede lo que le hemos pedido.

 

Esta vez encontramos el pasaje que queremos considerar en la epístola de Pablo a los Romanos. Pablo les escribe diciendo: “…os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta; para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros. Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén” (Romanos 15:30-33).

 

Veamos, primero, el deseo profundo de las peticiones. Segundo, las mismas peticiones presentadas por Pablo, y por último, la petición recíproca de Pablo por ellos.

 

1º El deseo profundo de las peticiones. 

 

En esta afirmación, Pablo expresa la triple fuente de su deseo para que los hermanos orasen por él. Me pregunto por qué a veces ni mencionamos nuestras peticiones a los demás. Puede ser que queremos aprender una dependencia total del Señor en nuestras propias circunstancias, pero es posible que por nuestro orgullo no “rogamos” que los hermanos oren por nosotros. Es un acto de mucha humildad cuando pedimos a alguien que ore por nosotros. Demuestra una falta; pero no pensemos que es una indicación de una falta de FE. ¡NO! Es una clara muestra de fe cuando pedimos ayuda, porque no pedimos a alguien que no nos puede ayudar, sino a Alguien que puede, y quiere contestar.

         

Primero, apela de su propio corazón.  Pablo les RUEGA como a hermanos. Esta palabra “rogar” se traduce de la palabra griega parakaleo. Significa “llamado al lado de” alguien con el fin de conseguir el efecto deseado. El Espíritu Santo lleva este nombre, parakletos, y hace precisamente eso. Se pone a nuestro “lado” porque mora EN nosotros, y se compadece de nosotros y de nuestras necesidades más profundas. Evidentemente, esta ayuda no sólo se limita al Espíritu Santo, porque aquí Pablo apela  a los hermanos que ellos hagan lo mismo por él. Es transparente con ellos, revelando su corazón y el vacío que se encuentra allí; lo cual pide que ellos ayuden a llenar con sus oraciones hacia Dios, quien puede contestar según Su voluntad.

 

Segundo, apela “por nuestro Señor Jesucristo.” Es muy triste oír a alguien pedir algo a Dios en oración, y luego termina la oración con un simple “amén.” Es como si hubiesen entrado en un tipo de solidaridad con los demás que están escuchando su oración, y juntos van a presentar sus demandas ante el trono de Dios como un gran sindicato con todos los derechos que les concede la ley. Dios quiere oír oraciones en “el NOMBRE que es sobre todos los nombres,” el de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Y esto es porque por medio de Él tenemos entrada ante el trono de la gracia con nuestras peticiones (Hebreos 4:15-16) tal y como tenemos nuestra entrada al cielo por medio de Él en un día todavía futuro (2 Pedro 1:11).

 

Tercero, apela “por el amor del Espíritu.” Una manifestación clara de que la presencia del Espíritu Santo está morando en nosotros es, que el temor desaparece y se reemplaza por el amor (1 Juan 4:11-18). Es porque cuando Dios “permanece en” alguien, siendo el “Dios de amor” le llena a esa persona con Su Espíritu de amor, y llega a ser capaz de permanecer en ese mismo amor. Pablo apela “por el amor del Espíritu” porque Él es la fuente de ese amor seguro que consigue las peticiones deseadas. Así que, vemos la base de las peticiones presentadas por Pablo aquí. Pero ¿qué es lo que tiene tanta urgencia y que sea tan importante como para mencionarlo públicamente a los hermanos de su día, e incluso a nosotros hoy que leemos su petición en Romanos 15?

 

2º Las peticiones presentadas por Pablo.

 

La petición del apóstol es cuádruple: por su seguridad; por éxito en su ministerio; por el deseado gozo una vez cumplida su misión; y por el “recreo” espiritual mutuo, tanto de él como de ellos.

Todos tenemos una gran necesidad de seguridad. Aquí no hablamos de “seguridad” en el sentido de certeza en cuanto a nuestra salvación, sino de seguridad en el sentido de “sano y salvo.” Pablo pide aquí oración para que “sea librado de los rebeldes…”. Es curioso que en otra traducción, nuestra palabra “rebeldes” se traduce por las palabras: “los que no creen”. Y ¿no es verdad que la última rebelión contra Dios es la que manda a todos los rebeldes al infierno? El pecado imperdonable es esta misma, simplemente NO CREER en Jesucristo. El Señor Jesús mismo dijo en Juan 3:18 que “el que no cree, ya ha sido condenado”. En concreto, Pablo habla de estos rebeldes “que están en Judea,” seguramente unos Judíos que insistieron en guardar la ley de Moisés como condición de ser aceptos ante Dios. Parece que Pablo, como Jesús, se enfrentó con más problemas de los supuestos “religiosos” de su día, que de los demás. Ocurre lo mismo hoy con nosotros. Ten cuidado con los hermanos que insisten en que todo tiene que ser como ellos mandan, y orar para estar libres del temor y sujeción a los mismos.

 Éxito en la vida es algo evidentemente positivo, y nos esforzamos naturalmente por ello sin necesidad de que nadie nos tenga que convencer de su importancia ni de sus beneficios.  Sin embargo, o “nos da pereza”, o “no nos motivamos”, o hay algo particular para que no deseamos el éxito espiritual tanto como lo deseamos en las otras esferas de nuestra vida diaria. En una traducción de Josué 1:8, Dios prometió a Su siervo Josué “buen éxito” en su camino, y que “todo le saldría bien” si nunca se apartara de su boca ese libro de la ley, y si de día y de noche meditara en él, guardando y haciendo conforme a “todo lo que en él está escrito”. Para tener oraciones efectivas y poderosas para con Dios, tendremos que vivir la vida cristiana obedientemente, meditando en la Palabra de Dios fielmente. No es de extrañar que haya tan poca oración eficaz que se levanta a Dios por medio de nosotros, si no hacemos lo que el Señor dijo Josué.

Gozo es un beneficio tremendo que el cristiano puede disfrutar más de lo que lo pueda hacer una persona que no conoce a Cristo. Los demás buscan la alegría, y quieren “pasarlo bien”, pero el creyente es capaz de conocer el gozo del Señor incluso en medio de dificultades que causarían el derrumbe personal de casi cualquier ser mortal. Es interesante que este gozo del versículo 32 está vinculado con las primeras dos peticiones. Este versículo comienza con las palabras “para que”. Pablo quiere cierta seguridad y éxito con el fin de que encuentre gozo al final de su labor. Va a hacer su trabajo, pero ¡cuánto mejor es hacer lo que Dios manda, con los beneficios que Él mismo nos promete! Oremos por él, hermanos. Es un gran deseo que Dios tiene para nosotros. Quiere que estemos gozosos siempre (1 Tes. 5:16) y que “regocijemos en el Señor siempre” (Filipenses 4:4). Oremos por ello, y Él nos lo concederá; incluso en medio de muchas dificultades.

 

Más allá de un gozo personal en el hombre interior, existe la comunión entre hermanos que nosotros como hijos de Dios podemos disfrutar. Sin embargo, existen diferencias entre nosotros; a veces diferencias destacadas. Pero aquí Pablo termina sus cuatro peticiones hablando de su deseo de ser “recreado juntamente con” ellos. Esta palabra, sunanapauswmai, significa “descansar con”, y sólo se encuentra en el Nuevo Testamento aquí. Pero en la LXX aparece una vez en Isaías 11:6 donde habla de varios animales que naturalmente son incluso enemigos, que un día se acostarán juntos y andarán juntos. No importa las diferencias que hayan, Dios quiere que en lo que podemos estar juntamente unidos, estemos unidos en oración los unos por los otros, siendo “recreados juntamente con” los otros hermanos en Cristo.

 

3º La petición recíproca.

 

Pablo acaba con su propia petición por ellos. Él les desea la presencia del “Dios de paz”. Él no implica que no conocían la presencia de Dios. Como todo creyente, Dios estaba “con ellos”, moraba “en ellos”, y ellos “en Él”. Pero tal y como podemos morar juntos en nuestros hogares con todos los miembros de nuestras familias, existiendo una falta de perfecta armonía, así él les desea la presencia especial del “Dios de PAZ.” ¡Así sea con todos los hermanos que disfrutan de la comunión con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo!

 

En Nehemías 1 Dios nos ha bendecido con un ejemplo tremendo de la oración que le agrada, y que Él contesta según Su perfecta voluntad. Cuando oramos conforme a Su voluntad, sabemos que Él nos oye y que tenemos las peticiones que le hayamos hecho (1 Juan 5:14-15).

 

Antes de mirar la oración de Nehemías, consideremos la preparación necesaria previamente al ir a comenzar algo tan importante. Para ilustrarlo, consideremos cómo Dios provee leña para nuestro hogar. Uno diría que no, que es el Ayuntamiento del pueblo que provee esa leña, en el lote que se nos asigna. Otro diría que no, que soy yo el que la provee porque soy yo quien salgo al monte para cortarla. Pues, deberíamos decir que es Dios que la provee a través del Ayuntamiento, dándome a mí las fuerzas para hacer mi parte en cuanto al trabajo físico. Ahora, antes de salir al monte, oro. Con una hernia discal, hay bastante riesgo cuando uno sale para hacer un esfuerzo que involucra tanto peso. Dios contesta, y me protege. Él provee. También, antes de salir, me preparo. No me visto el traje del domingo, con corbata. Me pongo la ropa adecuada para un trabajo duro: me llevo unos guantes, preparo la motosierra, compro la gasolina y hago la mezcla, y me voy. Cuando tenemos un trabajo que hacer, debemos prepararnos correctamente.

 

Antes de empezar a mirar la oración que hizo Nehemías en esta ocasión, vamos a analizar su preparación para esta oración eficaz. 

Nehemías se enteró de la situación urgente de su pueblo y respondió. Respondió en tres maneras: se humilló, se sacrificó, y oró. Se humilló en que tomó la responsabilidad por la condición de su pueblo. “Se sentó y lloró, e hizo duelo por algunos días” (Nehemías 1:4a). Cuando ayunó, se estaba sacrificando, no de lo que le sobraba, sino de lo más normal y necesario para su propio bien,  la comida. Después de esta preparación para orar, por fin, Nehemías oró.

 

Veamos ahora la oración de este siervo de Dios.

 

1º Es una oración que indica un conocimiento profundo y preciso del Dios al que se dirige Nehemías. 

 

Él es también nuestro Dios, y debemos aprender de esta oración de Nehemías cómo debemos orar a Dios. Dios contestó la oración de Nehemías, y nos contestará cuando oremos conforme a Su voluntad. Para hacer eso, debemos dirigirnos a Él como hizo Nehemías. Fijémonos cómo lo hizo:

 

Primero, Dios es un Dios personal. Nehemías se dirige a “Jehová“. Emplea el nombre personal del Dios del universo. Tú y yo debemos tener una relación íntima con Dios también. Sería muy triste oír a un niño dirigirse a su padre así: “Señor encargado de esta casa, concédeme por favor las peticiones que….” Sería más normal, natural, y agradable oírle decir, “Papá, tú eres tan bueno y generoso, y te pido….” ¿Tú y yo tenemos una relación personal con nuestro Dios, tan natural que en cualquier momento podemos dirigirnos a Él sin tener que identificarnos, porque ya nos conoce como hijos amados?

 

Segundo, apela al Dios Fuerte y Temible de los Cielos. A la vez, es muy triste oír a alguien dirigirse a Dios o bien con una falta de respeto o con dudas  de si Él pueda hacer lo que se pida. El Dios Único que hizo los Cielos por la palabra de Su poder lo puede todo. Es “el Dios grande, fuerte y temible de los Cielos”. Es el Dios que posee un poder destructor también y es capaz de eliminar cualquier obstáculo que pueda interponerse delante de nosotros. Nehemías lo reconoció, y le pidió lo que tenía en su corazón a base de este, Su carácter bien conocido.

 

Tercero, le recuerda a Dios Su propia fidelidad, vista en los pactos que Él había hecho y guardado con sus padres durante siglos.  Una de las bendiciones más grandes de Dios es saber que Él es fiel. Dios no cambia. Su voluntad es fija. Él cumple con lo que promete. Por eso nos dirigimos a Él para pedir lo que queremos. Dios nos ha hecho partícipes de Sus promesas al hacernos hijos Suyos por Su gracia eterna y divina.

 

2º Es una oración persistente, que no se cansa a pesar de las dificultades. 

 

La petición se hace en circunstancias graves, igual o peor que las que tenemos nosotros hoy día. Algunos están cautivos, y los que se han quedado en el país están viviendo sin seguridad porque los muros están derribados y las puertas quemadas. Alguno diría que Nehemías debería estar trabajando ya, reconstruyendo las puertas y reparando los muros. Pero no, el primer trabajo — y realmente, el trabajo más necesario y real — era el de la oración. Es difícil trabajar, hermanos. Yo soy el primero en cansarme en este trabajo de orar. Pero recordemos que sin Él, NADA podemos hacer (Juan 15:5). CON Él, TODO es posible (Marcos 9:23 y 10:27). Entonces, ¿en qué debemos estar más ocupados? En la oración “día y noche” como hizo Nehemías. No nos cansemos de la oración si queremos ver a Dios obrar en medio nuestro.

 

3º Es una oración personal y honesta, con arrepentimiento. 

 

Parece que a veces cuando oramos queremos dar cierta “impresión” a los que nos escuchan orar. Si es así, no oramos. Estamos simplemente hablando, y seguramente nos adornamos más que es debido. Oramos como el fariseo, y no como el publicano. Damos “gracias a Dios,” que “no somos como los demás….” (Lucas 18:11) Así somos peores que los demás. ¿Por qué no oramos como oró Nehemías aquí? No sabemos ningún detalle de la vida personal de Nehemías que podría indicar que es cierto lo que ora cuando se culpa de los mismos pecados de sus padres. Él confiesa “los pecados…que hemos cometido…yo y la casa de mi padre hemos cometido” (v. 6). ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos conocido la “benignidad” de Dios que nos “guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4b). No engañamos a Dios cuando vamos a Él enaltecidos. Sólo nos engañamos a nosotros mismos, y nuestra oración no es eficaz.

 

4º Es una oración que confía en la Palabra de Dios. 

 

Nehemías recuerda las promesas que Dios había hecho a Su pueblo a través de Moisés, en la ley. Por eso confía en Dios. ¿Por qué oramos a Dios? ¿Porque nos sentimos mal, y nos dirigimos a “un ser superior” que nos pueda dar algún consuelo? Si es así, somos de los más miserables que hay. Debemos dirigirnos a Dios porque Él ES, y porque “es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). El escritor a los Hebreos continúa en ese pasaje citando muchas incidencias Bíblicas que se encuentran para comprobar que podemos, y que debemos confiar en la Palabra

 

5º Es una oración que demuestra reverencia y respeto. 

 

En el versículo 11, Nehemías termina su oración en una nota de respeto profundo. Como hizo al principio, le “ruega.” No insiste. No “reclama sus derechos como hijo”, como algunos nos quieren enseñar. No. Pide la atención de Dios y dice que él y los demás que estaban con él “desean reverenciar (Su) nombre.” ¿Es nuestro primer deseo cuando oramos? Procuramos ver la gloria de Dios en todo lo que le pedimos?

 

Que Dios nos conceda, como Él le concedió a Nehemías: “buen éxito….y gracia delante de aquellos” con los cuales tenemos que llevar a cabo nuestro caminar en el Señor.

 

En Nehemías 1 Dios nos ha bendecido con un ejemplo tremendo de la oración que le agrada, y que Él contesta según Su perfecta voluntad. Cuando oramos conforme a Su voluntad, sabemos que Él nos oye y que tenemos las peticiones que le hayamos hecho (1 Juan 5:14-15).

 

Antes de mirar la oración de Nehemías, consideremos la preparación necesaria previamente al ir a comenzar algo tan importante. Para ilustrarlo, consideremos cómo Dios provee leña para nuestro hogar. Uno diría que no, que es el Ayuntamiento del pueblo que provee esa leña, en el lote que se nos asigna. Otro diría que no, que soy yo el que la provee porque soy yo quien salgo al monte para cortarla. Pues, deberíamos decir que es Dios que la provee a través del Ayuntamiento, dándome a mí las fuerzas para hacer mi parte en cuanto al trabajo físico. Ahora, antes de salir al monte, oro. Con una hernia discal, hay bastante riesgo cuando uno sale para hacer un esfuerzo que involucra tanto peso. Dios contesta, y me protege. Él provee. También, antes de salir, me preparo. No me visto el traje del domingo, con corbata. Me pongo la ropa adecuada para un trabajo duro: me llevo unos guantes, preparo la motosierra, compro la gasolina y hago la mezcla, y me voy. Cuando tenemos un trabajo que hacer, debemos prepararnos correctamente.

 

Antes de empezar a mirar la oración que hizo Nehemías en esta ocasión, vamos a analizar su preparación para esta oración eficaz. 

 

Nehemías se enteró de la situación urgente de su pueblo y respondió. Respondió en tres maneras: se humilló, se sacrificó, y oró. Se humilló en que tomó la responsabilidad por la condición de su pueblo. “Se sentó y lloró, e hizo duelo por algunos días” (Nehemías 1:4a). Cuando ayunó, se estaba sacrificando, no de lo que le sobraba, sino de lo más normal y necesario para su propio bien,  la comida. Después de esta preparación para orar, por fin, Nehemías oró.

 

Veamos ahora la oración de este siervo de Dios.

 

1º Es una oración que indica un conocimiento profundo y preciso del Dios al que se dirige Nehemías. 

 

Él es también nuestro Dios, y debemos aprender de esta oración de Nehemías cómo debemos orar a Dios. Dios contestó la oración de Nehemías, y nos contestará cuando oremos conforme a Su voluntad. Para hacer eso, debemos dirigirnos a Él como hizo Nehemías. Fijémonos cómo lo hizo:

 

Primero, Dios es un Dios personal. Nehemías se dirige a “Jehová“. Emplea el nombre personal del Dios del universo. Tú y yo debemos tener una relación íntima con Dios también. Sería muy triste oír a un niño dirigirse a su padre así: “Señor encargado de esta casa, concédeme por favor las peticiones que….” Sería más normal, natural, y agradable oírle decir, “Papá, tú eres tan bueno y generoso, y te pido….” ¿Tú y yo tenemos una relación personal con nuestro Dios, tan natural que en cualquier momento podemos dirigirnos a Él sin tener que identificarnos, porque ya nos conoce como hijos amados?

 

Segundo, apela al Dios Fuerte y Temible de los Cielos. A la vez, es muy triste oír a alguien dirigirse a Dios o bien con una falta de respeto o con dudas  de si Él pueda hacer lo que se pida. El Dios Único que hizo los Cielos por la palabra de Su poder lo puede todo. Es “el Dios grande, fuerte y temible de los Cielos”. Es el Dios que posee un poder destructor también y es capaz de eliminar cualquier obstáculo que pueda interponerse delante de nosotros. Nehemías lo reconoció, y le pidió lo que tenía en su corazón a base de este, Su carácter bien conocido.

 

Tercero, le recuerda a Dios Su propia fidelidad, vista en los pactos que Él había hecho y guardado con sus padres durante siglos.  Una de las bendiciones más grandes de Dios es saber que Él es fiel. Dios no cambia. Su voluntad es fija. Él cumple con lo que promete. Por eso nos dirigimos a Él para pedir lo que queremos. Dios nos ha hecho partícipes de Sus promesas al hacernos hijos Suyos por Su gracia eterna y divina.

 

2º Es una oración persistente, que no se cansa a pesar de las dificultades. 

 

La petición se hace en circunstancias graves, igual o peor que las que tenemos nosotros hoy día. Algunos están cautivos, y los que se han quedado en el país están viviendo sin seguridad porque los muros están derribados y las puertas quemadas. Alguno diría que Nehemías debería estar trabajando ya, reconstruyendo las puertas y reparando los muros. Pero no, el primer trabajo — y realmente, el trabajo más necesario y real — era el de la oración. Es difícil trabajar, hermanos. Yo soy el primero en cansarme en este trabajo de orar. Pero recordemos que sin Él, NADA podemos hacer (Juan 15:5). CON Él, TODO es posible (Marcos 9:23 y 10:27). Entonces, ¿en qué debemos estar más ocupados? En la oración “día y noche” como hizo Nehemías. No nos cansemos de la oración si queremos ver a Dios obrar en medio nuestro.

 

3º Es una oración personal y honesta, con arrepentimiento. 

 

Parece que a veces cuando oramos queremos dar cierta “impresión” a los que nos escuchan orar. Si es así, no oramos. Estamos simplemente hablando, y seguramente nos adornamos más que es debido. Oramos como el fariseo, y no como el publicano. Damos “gracias a Dios,” que “no somos como los demás….” (Lucas 18:11) Así somos peores que los demás. ¿Por qué no oramos como oró Nehemías aquí? No sabemos ningún detalle de la vida personal de Nehemías que podría indicar que es cierto lo que ora cuando se culpa de los mismos pecados de sus padres. Él confiesa “los pecados…que hemos cometido…yo y la casa de mi padre hemos cometido” (v. 6). ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos conocido la “benignidad” de Dios que nos “guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4b). No engañamos a Dios cuando vamos a Él enaltecidos. Sólo nos engañamos a nosotros mismos, y nuestra oración no es eficaz.

 

4º Es una oración que confía en la Palabra de Dios. 

 

Nehemías recuerda las promesas que Dios había hecho a Su pueblo a través de Moisés, en la ley. Por eso confía en Dios. ¿Por qué oramos a Dios? ¿Porque nos sentimos mal, y nos dirigimos a “un ser superior” que nos pueda dar algún consuelo? Si es así, somos de los más miserables que hay. Debemos dirigirnos a Dios porque Él ES, y porque “es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). El escritor a los Hebreos continúa en ese pasaje citando muchas incidencias Bíblicas que se encuentran para comprobar que podemos, y que debemos confiar en la Palabra.

 

5º Es una oración que demuestra reverencia y respeto. 

 

En el versículo 11, Nehemías termina su oración en una nota de respeto profundo. Como hizo al principio, le “ruega.” No insiste. No “reclama sus derechos como hijo”, como algunos nos quieren enseñar. No. Pide la atención de Dios y dice que él y los demás que estaban con él “desean reverenciar (Su) nombre.” ¿Es nuestro primer deseo cuando oramos? Procuramos ver la gloria de Dios en todo lo que le pedimos?

 

Que Dios nos conceda, como Él le concedió a Nehemías: “buen éxito….y gracia delante de aquellos” con los cuales tenemos que llevar a cabo nuestro caminar en el Señor.

 

El fracaso es muy fuerte. En algunas personas la reacción es de negación; en otros muchos casos, se crea un pesimismo paralizador; en unas pocas personas el resultado es un reconocimiento de lo que salió mal, y pueden ver una solución o mejora en el futuro inmediato. En la vida espiritual ocurre algo parecido. Tristemente el creyente resbala, o incluso se cae profundamente. Peca. ¿Cómo reacciona? Dios nos enseña la respuesta de cómo debemos responder y Su provisión prometida de antemano en 1 Juan 1:9. Allí nos dice que:“si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Es otro modelo de oración que encontramos en la Biblia, y gracias a Dios, sabemos seguro que Dios nos dará las peticiones que le presentamos. No es algo oculto. No es nada profundo realmente. Es algo tan sencillo como leer la Palabra de Dios y orar conforme a lo que hemos leído. Es lo que Dios dice en 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

En el caso de la presencia de pecado en la vida de un hijo de Dios, el problema se encuentra en el corazón del creyente que peca. En principio, no tenía que haber pecado, y cuando cometió ese pecado perdió comunión con el Padre. Es culpable, se siente culpable, pero tristemente no siempre responde bíblicamente. Dios dice “si confesamos”. No dice que si intentamos compensar por el mal que hemos hecho, podemos sentirnos mejor. No dice que si nos comparamos con los demás cristianos, y al ver que muchos de ellos hacen lo mismo, no pasa nada. No dice que si lo sentimos mucho todo estará bien, porque el asunto realmente no tenía mayor importancia. Todos esos fines no satisfacen; ni a nosotros, ni a Dios. El hijo de Dios necesita perdón y limpieza. Siempre es grave cuando pecamos. El pecado es contra Dios (Salmo 51). Le ofendemos. Pisoteamos al Hijo de Dios y hacemos afrenta al Espíritu de gracia (Hebreos 10). Pero gracias a Dios, Él nos da el remedio. Tenemos que orar. El remedio no es tan fácil, pero es sencillo. No es tan fácil porque nuestra tendencia es justificarnos, compararnos con otros, intentar compensar, o bien definir lo que ha ocurrido en términos más suaves para que la cosa no parezca tan terrible u ofensiva. Pero es sencillo porque Dios mismo nos ha enseñado cómo tenemos que presentarnos delante de Él para recibir el perdón y la limpieza que se nos ofrecen.

¿Cómo debe ser nuestra oración cuando nos acercamos a Dios para confesar el pecado que haya en nuestras vidas?

Primero, tenemos que “confesarlo”. La palabra en el original que se traduce “confesar” aquí es homologeo, y significa “decir lo mismo”. Es muy fácil decir las cosas como más nos conviene, o como mejor nos suena, pero tenemos que llamar nuestros pecados lo que son: pecados. Según 1 Juan 3 el pecado es la infracción de la ley. Cuando quebrantamos una ley de Dios, somos culpables delante de Él por haberle ofendido, y tenemos que humillarnos ante Él como Él manda. Tenemos que decir lo que Dios dice: hemos violado la buena (Romanos 7) ley de Dios, la que fue dada como ayo para guiarnos a Cristo (Gálatas 3).

Segundo, tenemos que confesar nuestros “pecados”. Dios dice que hay que decir lo mismo que Él dice acerca de nuestros pecados; no que son errores, no que le hemos molestado, no que hemos hecho algo que no conviene.  Son hamartias, pecados. Ocurren cuando “no damos en el blanco”. Puede haber varias razones por qué no damos en el blanco. Uno puede ser que no hemos disparado. En este caso, espiritualmente, puede ser un pecado de omisión. No hemos hecho nada, y éste es el problema. Hay muchas cosas que debemos hacer. El creyente ha sido creado en Cristo Jesús para buenas obras (Efesios 2). El creyente debe tener el fruto del Espíritu evidente en su vida (Gálatas 5). Debe actuar conforme a los mandamientos de Cristo mismo en todo lo que aprendemos de Él en los Evangelios. Si no, hemos pecado gravemente al no hacer el bien que debemos hacer. Por el otro lado, cometemos pecados actuales. Hacemos lo que no debemos hacer. Mentimos, y queremos decir que era una broma. Nos enojamos y decimos que estamos frustrados. Violamos el sábado, no guardándolo como el día del Señor, haciendo lo que nos gusta en vez de lo que le agrada. Le robamos a Dios mismo, negándole los diezmos que son Suyos, y le preguntamos cómo los Israelitas antiguos, ¿en qué te hemos robado? (Malaquías 3) Muchas veces llega a lo absurdo si nos paramos a pensar lo que estamos diciendo. Sería igual a un niño que ha roto un cristal en su casa, el padre lo sabe porque ha visto lo que ha ocurrido, y el niño le viene hablando de cómo “se cayó el cristal”, como si fuese la culpa del cristal mismo que fuese roto en el suelo. Ese niño no estará restaurado a comunión con su padre hasta que diga toda la verdad de lo ocurrido, y no puede esperar que su padre le dé nada ¡aunque lo pidiera con lágrimas! No será diferente entre nosotros y nuestro Padre celestial. Sabemos que tenemos las peticiones que le presentamos cuando pedimos según Su voluntad. Su clara voluntad que se revela aquí es que llamamos al pecado, pecado.

Tercero, recibiremos el perdón prometido. Es curioso que incluso esta parte del versículo 9 nos ofende, y es que lo que es cierto es que el hecho de recibir perdón implica claramente, culpa. Somos tan orgullosos que somos como la chica hace años que fue perdonada por el rey, pero rehusó aceptar el perdón porque se sentía inocente de lo que le habían acusado. En su caso, era verdad. En nuestro caso, no lo es. Somos culpables. Pero Dios es Fiel, y recibiremos el perdón prometido. Aunque no recibiéramos nada a cambio de nuestra confesión, deberíamos obedecer y confesar como Dios manda, pero es una enorme bendición saber que nuestros pecados han sido perdonados por la Divina Persona que ha sido ofendida.

Cuarto, Dios nos limpiará de toda maldad. Es posible que a veces no confesamos nuestros pecados como Dios manda ¡porque tememos que Él tendrá más que decirnos! ¡Qué tardos somos para oír! ¡Qué poco queremos andar en luz como Él está en luz para que tengamos comunión con Él! El violinista que quiere sentarse en la primera silla, la de honor, tiene que pasar por muchas pruebas, ya sean audiciones delante del director de la orquesta, o delante de su propio espejo a diario para criticar hasta el último detalle para mejorar su técnica. Los demás le dirían que es el mejor, pero él reconoce que TODO y cualquier cosa mala que exista tiene que ser perfeccionada, y lo desea de todo corazón tanto que se limpia, cueste lo que cueste. Como el Apóstol Juan dijo en 1 Juan 3:2: “no se ha manifestado lo que hemos de ser”, y Pablo en Filipenses 1:6, dice: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo”. Aún nos queda mucho por perfeccionar, y debemos anhelar, incluso en oración, que Dios continúe Su obra de limpiarnos de toda maldad.

Confesemos nuestros pecados al Padre, y oremos los unos por los otros para que todos hagamos lo mismo. Sabemos que Dios contestará. El resultado será de mucha bendición personal a cada uno que obedezca, confesando sus pecados, y será de mucha bendición corporal al cuerpo de Cristo entero. Como en el caso de Acán, cuando haya pecado en el campamento, las cosas van mal para todos, hasta que se limpia y se quita ese pecado de en medio. Oremos así hermanos. Es Su voluntad, ya revelada desde hace siglos, y “esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

 

Muchos reinos han intentado conquistar el mundo entero. Ya sean los persas, asirios, griegos o romanos. El deseo era poder decir que gobernaban TODO el mundo. Más recientemente ha habido dos guerras “mundiales”, las cuales todavía tenían ciertos límites geográficos y políticos que les hicieron algo menos que universal. La verdad es que para llegar a un estado absoluto en cualquier esfera de la vida requiere mucho. Lo mismo ocurre en nuestras vidas espirituales. Sin embargo, nuestro Señor no nos permite ser perezosos cuando nos habla en Su Palabra acerca de lo que Él espera. En Mateo 22:37 Jesús contesta la pregunta de un intérprete de la ley de entre los fariseos acerca del mayor mandamiento en la ley. Dijo lo siguiente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (en el evangelio según Marcos, aquel Evangelista incluye el último comentario que hizo Jesús, “con todas tus fuerzas” también). Y casi sin respirar, Jesús añade, sin tener que hacerlo, “y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  Es otro ejemplo de una revelación de la voluntad de Dios, dicha por la misma boca de nuestro Señor Jesucristo. Y como Dios dice en 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

¿Qué tal cumplimos este mandamiento de Dios? Seguramente la mayoría, por no decir TODOS nosotros carecemos de algún grado de tal amor a nuestro Señor. Consideremos lo que Dios requiere de nosotros en este versículo, y pidámosle la gracia que necesitamos para ser obedientes a este mandamiento principal entre todos los demás.

 

Está claro que es imposible entender por este mandamiento que Dios quiere que le pongamos a Dios en “primer lugar” en nuestras vidas. No, porque Él quiere TODO. Así que, tenemos que entenderlo así: Dios quiere que en todo lo que amamos, de corazón, alma, y mente, lo hagamos con una base bien arraigada; la base del amor de Dios en todo. No debemos amar a nuestro cónyuge “a medias”, sino totalmente controlado por el amor de Dios. No debemos amar el ministerio que Dios nos ha dado “así, así” sino con una dedicación y entusiasmo lleno del amor hacia Dios. No es fácil amar así. Nuestro egoísmo reclama ciertos derechos y comodidades, y es natural. Claro que sí, es natural; pero no es espiritual. A los que les importa agradar a Dios, Dios dice: Ámame al máximo; ámame sin reservas; ámame tanto que todo lo demás que tienes que amar está controlado por el amor que tienes hacia mí. Para poder hacer todo esto, está claro que tenemos que obedecer; pero para poder obedecer, debemos orar, rogando a nuestro Dios que nos dé la gracia que nos hace falta para cumplir con este precioso e imprescindible tipo de amor a Él.

 

Amar a Dios con “todo tu corazón” – Aun sin entrar en el debate sobre la naturaleza humana, es difícil distinguir entre las partes espirituales del ser humano. Evidentemente Cristo sabía que hay alguna diferencia entre “corazón…alma…y mente”. Para poder considerar nuestra vida de oración, vamos a pensar que “amar a Dios con todo tu corazón” habla de nuestra sinceridad. Es curioso que cuando hablamos muy en serio solemos añadir a lo que decimos: “te digo de todo mi corazón”. Eso puede ser un poco preocupante porque uno puede preguntarse ¿con qué nivel de sinceridad me hablaste antes? Así es, y al considerar este punto, cuando oramos, ¿pedimos sinceramente, sin tener que decírselo? Pero además, ¿amamos a Dios sinceramente, sin tapar con una cera espiritual las grietas que existen en nuestro corazón hacia Él? Pidamos al Señor que nos quite todo tipo de engaño y falta de sinceridad en cuanto a nuestro amor hacia Él.

 

Amar a Dios con “toda tu alma” – El alma es el “yo” que es cada uno de nosotros. Aunque pasáramos por un accidente muy grave y nuestro cuerpo fuese destrozado, si siguiésemos con vida y estuviéramos conscientes, sería nuestra alma; nuestro ser interior que expresaría nuestra emoción, o nuestros sentimientos. Cuando nuestro equipo favorito tiene que jugar el derbi, nos da igual lo que digan los demás. Iríamos incluso al estadio del rival vestido de nuestros colores, porque somos aficionados fieles a nuestro equipo. ¿Aproximamos este nivel de dedicación en nuestro amor a Dios? Que el Señor nos ayude a confesar nuestra falta de amor, y pedirle que nos dé la gracia para amarle sin vergüenza (Romanos 1:16), y sin contradicción.

 

Amar a Dios con “toda tu mente” – Intelectualmente puede ser difícil justificar nuestra fe en Dios. A Dios nadie le ha visto jamás porque Dios es Espíritu (Juan 4:24) y si una persona le viera, se quedaría muerto (Éxodo 33:20). Sin embargo, debemos amarle de toda nuestra mente; aun cuando hay otras cosas más llamativas, o personas más atractivas, porque se ven con nuestros ojos, aun así debemos amarle con toda nuestra mente. Es algo humanamente fuera del alcance. Por eso, hay que orar; hay que rogar a Dios que nos conceda una profundización de nuestro amor hacia Él hasta que no quede argumento que pudiera contradecir nuestra certidumbre, hasta que podemos decir con Pablo (2 Timoteo 1:12): “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” en el cual le veremos cara a cara y esperamos oír de sus labios: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).

 

Amar a Dios con “todas tus fuerzas” (Marcos 12:30) – Se necesita intensidad en nuestra relación con Dios. Un amor blando es malo e insípido. Es parecido a la sal de que Jesús hablaba en el Sermón del Monte, que sólo sirve “para ser echado fuera y (ser) hollado por los hombres” (Mateo 5:13). Hay poco que da más disgusto que recibir un saludo de otro hombre cuando aquel te dé una mano floja. Es repugnante, y peor aún es un amor tibio. El Señor Jesucristo ya ha pasado sentencia sobre este tipo de amor cuando mandó un mensaje a una de las iglesias de Asia Menor en Apocalipsis 2:1-7, la de Éfeso, a la que dice: “Tengo algo contra ti, que has dejado tu primer amor”. Y a otra de ellas, a la de Laodicea, dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices; Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes…” (Apocalipsis 3:15-17).

 

No sabemos que nos faltan fuerzas en nuestro amor a Dios. Nos falta intensidad. ¡Necesitamos una nueva infusión de corazón ardiente! ¡Que Dios nos lo conceda por Su infinita gracia en respuesta a nuestras oraciones pidiéndoselo con un corazón sincero, un alma emocionada, una mente convencida, y con todas nuestras fuerzas!

 

Muchos alegan que el Antiguo Testamento no es válido para hoy; que no está en vigor; que “no estamos bajo la ley, entonces, sólo tenemos que vivir por gracia y basar nuestra fe en el Nuevo Testamento”. Es muy triste que saquen estas conclusiones. Pierden mucho: el relato de la creación, la promesa que de la simiente de la mujer vendría el redentor, el Pastor de Salmo 23, los Proverbios que nos enseñan tantas verdades prácticas para nuestro andar diario, y las muchas profecías sobre el primer y el segundo advenimiento del Señor Jesús, el Mesías. No, el creyente no debe desechar el Antiguo Testamento simplemente porque es “antiguo” o porque “es de los judíos.” “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil…” (2 Timoteo 3:16) Así que, vamos a considerar un pasaje del Antiguo Testamento que nos puede servir como base para otra oración muy necesaria en nuestras vidas hoy, en el siglo XXI.

 

Consideremos Deuteronomio 10:12-13. Aquí Moisés anuncia una pregunta al pueblo de Dios: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?”

Hoy, los miembros del cuerpo de Cristo, los que somos creyentes bajo en nuevo pacto, los que somos el pueblo de Dios (1 Pedro 2:9) debemos contestar esta pregunta también. Y debemos contestarla obedeciéndola. Pero, ¿cómo? Últimamente los de nuestra congregación nos hemos dado cuenta, como nunca antes, que necesitamos AYUDA DIVINA para vivir la vida cristiana. Es decir, no podemos ni amar a Dios ni obedecerle sin GRACIA. Y ¿cómo se consigue esta gracia, esta ayuda divina? Se consigue pidiéndosela a Dios, la fuente de toda gracia (Santiago 1:17) Es significativo también, que en este pasaje que vamos a mirar, Dios PIDE algo de nosotros; lo cual es muy parecido a lo que nosotros hacemos con Él cuando oramos. Le pedimos mucho. Si queremos que Él nos oiga cuando le pedimos en oración a Él, debemos prestar atención antes a lo que nos pide de nosotros.  Así que, nos quedamos otra vez en las promesas de 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

Veamos lo que nos pide, para que entendamos lo que Él quiere que le pidamos, conforme a esta, su voluntad revelada:

Primero, nos pide temerle. No está de moda tener temor hoy. Sin embargo, la psicología ofrece a todos su propio “título” si quieren, para explicar “por qué” tienen los problemas que tienen; y si no existe un título todavía, pues, ya inventan uno nuevo para el cliente que paga al contado.  Aunque este temor puede incluir la idea de miedo (y cuando pensamos en nuestro Santo Dios debemos tener cierto miedo de lo que nos podría pasar si pecáremos contra Él), o de tener una reverencia hacia Él, la idea de este temor a Dios se entiende mejor por la traducción, “engrandecerle”.  Debemos considerarle grande, terrible, y admirable. Esta idea se ve claramente sólo unos versículos más adelante aquí en Deuteronomio 10, en los versículos 20 y 21 donde leemos: “A Jehová tu Dios temerás, a él solo servirás, a él seguirás, y por su nombre jurarás. Él es el objeto de tu alabanza, y él es tu Dios, que ha hecho contigo estas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto.” ¿Hemos visto Sus hechos grandes y terribles en nuestras vidas? ¿Nos hemos dado cuenta de Su grandeza, que se nota a través de las maravillas que Él hace a nuestro favor? Si no, hay que pedirle, en oración, que nos abra los ojos para que le obedezcamos con este tipo de temor a Dios que le engrandece y le honra

Segundo, nos pide andar en Sus caminos. Aquí debemos recordar que Sus caminos no son nuestros caminos (Isaías 55:8-9). Son más altos. Son diferentes que las inclinaciones naturales nuestras. Este “camino” habla de más de una senda, o de un camino que nos facilita el movimiento de un lado a otro; habla de un “modo”, o “manera de” ir hacia un objetivo en concreto. Hay una tendencia hoy de creer en una “gracia libre”, la cual llega a ser “tu propia manera de vivir la vida cristiana libremente, sin que nadie te diga lo que está bien o lo que está mal. Es el viejo relativismo que siempre corrompe. No es que queremos señorearnos sobre nadie, sino que tenemos que proclamar las cosas verdaderas como son, advirtiendo a todos los que nos escuchan lo que Dios espera del hombre. Este mandato se repite vez tras vez en este libro (ver 5:33, 8:6, 11:22, 19:9, 26:17, 28:7, 9, 25, 29, y 30:16). Tenemos que aprender cuáles son Sus caminos, pidiéndole que nos las enseñe, y pidiéndole la gracia necesaria para que andemos en ellas, aunque andemos solos, y sin ningún ánimo para proseguir hacia la meta.

Tercero, nos pide amarle. Bendito amor, un tema tan lindo, y una característica que parece que la mayoría piensa que ya lo tiene bien aprendido. Tristemente, pocos tienen el concepto del amor divino que Dios espera de nosotros. El amor divino da. Da, y da, y cuando uno piensa que no tiene nada más que puede dar, encuentra aun más para dar. Además, no espera nada a cambio del amor mostrado, sino que se contenta en el hecho de haber amado. Esta palabra hebrea describe un fuerte deseo; uno que anhela, y se deleita en el que va a recibir sus expresiones de amor. Seamos honestos. Es muy difícil amar así. Pocos son los que aman así. Ni tú ni yo solemos amar a otros así, y como el Apóstol Juan nos desafía: ¿cómo podemos decir que amamos a Dios, a quien no hemos visto, si no amamos a nuestro hermano, a quién sí hemos visto? (1 Juan 4:20) Así que vemos la necesidad urgente de pedir a Dios que nos ayude a amarle como es debido, y como Él nos pide que le amemos.

Cuarto, nos pide servirle. La Palabra de Dios enseña que el obrero es digno de su salario, y es correcto pagárselo (Deuteronomio 24:14-15 y 1 Timoteo 5:18). Pero Dios nos enseña también que como hijos de Dios, nos toca servir. Este servicio no es el servicio de un camarero, el cual trabaja con cierta motivación para dejar una buena impresión, con la esperanza de ganar una buena propina. No, este servicio es el de un esclavo, que trabaja incluso cuando no se espera nada a cambio por el esfuerzo. Este principio se ve claramente en pasajes como el de Génesis 15:13-14, que habla del tiempo en que los descendientes de Abram iban a vivir en Egipto: “Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza.”. Está claro que el pueblo de Israel sirvió a los egipcios sin ganar nada por su trabajo. No oyeron ninguna palabra de gracias. Gracias a Dios que nuestro servicio rendido a Él será premiado….un día. Pero, hasta ese día, ¿serviremos con ganas aunque no recibamos nada a cambio por nuestra servidumbre en esta vida? Para eso, hace falta una buena medida de gracia, la cual se consigue por medio de la oración, porque esa gracia es ayuda divina, la cual recibiremos cuando se la pedimos a Dios en oración.

Por último, nos pide guardar Sus mandamientos. La idea de “guardar” aquí es una de vigilar, o preservar. Esta palabra ocurre en el contexto de una huerta en Génesis 2:15. Dios mandó a Adán que guardase el huerto de Edén. Tenía que ser responsable por ella. No había nadie más que la guardase, sino sólo Adán. Cada uno de nosotros tenemos nuestra “huerta” espiritual también. Es algo que a nosotros nos toca guardar. No hay nadie más que nos la va a cuidar con la misma vigilancia. Esta huerta consiste de los mandamientos de Dios. ¿Los guardamos nosotros? Cristo dijo que el que le ama guarda Sus mandamientos (Juan 15:10). Pero, ¿quién es capaz de obedecer los mandamientos de Dios? Nadie puede, aparte de la gracia de Dios, la cual se consigue a través de la oración. ¡Pidámosla, querido lector!

El resultado de seguir a Dios de estas maneras será: prosperidad (v.13c). Es curioso, que lo que solemos pedir, la prosperidad, ¡no es lo más imprescindible, sino el resultado de nuestra obediencia a lo que Dios ya nos ha mandado! Dejemos de pedir por lo que Dios nos ha prometido, y pidámosle la gracia, la ayuda divina, para que cumplamos con lo que sabemos que nos ha mandado hacer. No podremos cumplir Su voluntad sin Su ayuda. Pidámosela.

 

La base  de nuestra confianza en la oración se encuentra en la promesa de 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.”

Vamos a reflexionar en esta ocasión sobre algo que la Biblia dice expresamente que es “la voluntad de Dios.” Todo lo que Dios nos manda en Su Palabra es Su voluntad para nuestras vidas, pero a veces Él mismo nos dice algo tan claramente, que merece nuestra consideración, meditación y obediencia total. La frase que vamos a mirar esta vez se encuentra en 1 Tesalonicenses 5:18: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.”

Primero, nos pide dar gracias.  En el griego original, la palabra que aquí se traduce “dar gracias” es casi la misma en castellano que la palabra eucaristía. Esta palabra en la lengua española tiene un significado muy particular en cuanto a la misa en la iglesia popular de la mayoría de los países de habla española. Sin embargo, su significado preciso es el siguiente: dar gratuitamente, bien. ¡Nos pide mucho! Primero, hay que “dar”. Después, hay que dar “gratuitamente”. Es posible dar algo sin hacerlo gratuitamente, lo cual sería mejor dicho, “entregar”. Sería lo que hace un empleado de una compañía que se encarga de la entrega de paquetes con urgencia. Por mucho que se puede decir de ellos y su puntualidad y calidad de servicio, NO LO HACEN gratuitamente. Dan su tiempo. Dan sus recursos. Dan su garantía. Pero demandan una remuneración, que es de esperar, naturalmente, por el trabajo que han hecho. No así nuestras acciones de gracias. Tienen que ser gratuitas. Tienen que ser, incluso, como el amor de Dios que se define en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha DADO a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Pocas personas dan de esta manera, y poco hay que se da así. Pero estas acciones de gracias que se tienen que dar gratuitamente, se tienen que dar BIEN también. Este detalle es muy importante. Volviendo al ejemplo dado hace poco de una compañía de entrega de paquetes urgentes  si la misma tuviera una oferta en la que ofrecieran la entrega de una parcela gratuitamente, el personal encargado con la entrega podría hacerlo mal. Podría darle al destinatario. Podría dárselo puntualmente. Podría dárselo en perfecto estado. Sin embargo, podría dárselo mal; con mala cara, sin cortesía, o de cualquier manera que deja al recipiente con un mal gusto al recibirlo. Así que, cuando Dios aquí nos manda “dar gracias”, nos pide algo más que normal. Nos pide algo que requiere ayuda divina, o gracia. ¿Y cómo se consigue gracia? Pidiéndosela a Dios. Orando. Rogando que Dios nos conceda esta petición para dar gracias en todo.

Segundo, nos pide dar gracias EN todo. La palabra “en” es una simple preposición. La función de una preposición es “hacer de nexo entre dos palabras o entre dos términos”. Es decir, que una preposición nos da la relación entre dos cosas. La preposición que se usa aquí es una que en su definición más exacta significa “dentro”. Pero ampliando el estudio de la misma vemos que en su “forma locativa” (es decir, en cuanto a la localización, lugar, o ubicación, de algo), puede significar: “en, a, dentro de, o entre”. En su “forma instrumental” se traduce por las palabras “con” o “por medio de”. En la forma anterior, podríamos entender el mandato de Dios aquí como algo que él quiere que hagamos siempre, estemos donde estemos. No importan las circunstancias; sean “dentro de” lo que estamos acostumbrados a vivir; sean “en” lugares conocidos; o sean “entre” las personas que se compadecerán de nosotros en medio de lo que estamos pasando. En lo que sea, debemos dar gracias a Dios, y delante de los hombres. En la forma instrumental, entendemos que estas acciones de gracias que Dios espera de nosotros se expresan “con”, no a pesar de lo que estamos viviendo. Pero, ¿cómo puede una persona dar gracias por algo como un cáncer, con toda la carga que ello conlleva? Muchos dicen que Dios no nos pide esto. Pues, a pesar de lo difícil que sea y es, la verdad es que sí, nuestro Padre celestial nos dice dar gracias incluso con algo tan grave en nuestras vidas. Ese algo puede resultar ser el instrumento en Sus divinas manos para glorificarse, o para bendecir a otro. El caso instrumental también incluye la idea de dar gracias a Dios, delante de los hombres “por medio de” lo que nos ocurre. ¿Cuántas veces nos quejamos de una enfermedad, o de una necesidad financiera? Pero sin esas condiciones inesperadas y humanamente no deseadas, quizás no tendríamos contacto con las personas involucradas en nuestro apuro, las cuales han necesitado el contacto con nosotros que ha sido posible exclusivamente por la mismísima dificultad que nos perturbe tanto. Hermanos, tenemos que dar gracias a Dios en todas estas circunstancias y casos de nuestras vidas, y sin la gracia de Dios será imposible. Pidamos a Dios en oración que nos ayude obedecerle.

Tercero, nos pide dar gracias en TODO. Decir todo es mucho. Es que nada se queda excluido. No, tu caso personal, tan excepcional, no está exento de lo que Dios incluye aquí en este mandato.  Protestarás que en el caso de una muerte es imposible dar gracias a Dios, y si fuese posible es aun más difícil hacerlo delante de los hombres. Pero, ¿por qué? ¿Por qué tiene que ser tan difícil dar gracias a Dios por el hecho de que un ser querido haya pasado de muerte a vida eterna en presencia de su Rey y Salvador? Sí, habrá tristeza, sobre todo si aquel ser querido no conoció al Señor; y sentir dolor es ser humano, sin ser culpable de ningún pecado necesariamente. Pero Dios da gracia al que le pide; gracia incluso para darle gracias en medio de, y por causa de algo tan grave y difícil de soportar como es la muerte. Pídesela en oración. Presentarás muchos argumentos en el caso de un cáncer, tumor, u otra enfermedad terminal  que no hay manera de dar gracias a Dios bajo esas dificultades. Pues, sí hay, porque nuestro Dios nos ha dirigido así para que lo hagamos con gratitud en nuestro corazón. La gente del mundo no lo entenderá, pero sabrán que Dios es poderoso, más poderoso que cualquier consejo psicológico o medicamento recetado. Proclamarás tu inocencia en el caso de la infidelidad de un marido que deja a su pobre mujer sin seguridad en su vida, desamparada y sola en este mundo. Pedirás clemencia porque es demasiado pedirte dar gracias a Dios cuando pierdes todo en las aguas de una inundación o las llamas de un incendio. No, querido hermano, Dios no nos pide demasiado. Pablo fue afligido por el aguijón de Satanás, lo cual tenía su propósito según el perfecto plan de Dios en la vida del apóstol (2 Corintios 12:7-10). Pedro nos avisó en anticipación de las persecuciones que habrían de venir cuando dijo en 1 Pedro 4:12  “Amados, no os sorprendéis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.”

“¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (Romanos 8:31-35, 37) Demos gracias a Dios en todo, y pidámosle la gracia para hacerlo ¡para Su magnífica gloria!
Nuestra confianza en la oración se encuentra en Dios y en la promesa que Él nos da en 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

Vamos a considerar otra vez algo que la Biblia dice claramente que “Dios quiere”, o sea, algo que es “la voluntad de Dios.” Lo vemos tanto en 1 Timoteo 2:4 como en 2 Pedro 3:9. En el caso de Pablo, él dice a Timoteo: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”. Pedro lo dijo así: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Está claro que Dios también “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30), Dios dice además en Hebreos 8:12 algo clarísimo acerca de Su voluntad. Lo pone en el tiempo futuro, lo cual indica algo definitivo que Él mismo hará (evidentemente conforme a Su voluntad): “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus iniquidades”. Dios quiere perdonar. Dios quiere salvar. Dios ha hecho posible la salvación de todo hombre. Pero la salvación de cualquier hombre depende de la voluntad de él mismo, ¡y depende de nosotros! Sabiendo que la salvación de todo hombre es la voluntad de Dios, y teniendo (según nuestros versículos lemas de 1 Juan 5:14-15) “…la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”, ¡oremos, hermanos! Pidamos a nuestro Padre Dios, en el nombre de Su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, por almas perdidas.

Primero, a la luz de la revelación dada por Dios a través de Pablo, dirigido a su siervo, Timoteo, tenemos que darnos cuenta que para que un hombre sea salvo, está incluido “el conocimiento de la verdad”. La salvación de Dios se basa en información inspirada y divina. Es decir, que Dios salva al hombre conforme a Su perfecta verdad que se revela en la Palabra de Verdad, la Biblia. No nos alejemos de la Palabra nunca. Jamás caigamos en el error de pensar que como Dios quiere salvar a las almas, se salvarán al final, sin importar si testificamos o si no oramos. No. Dios ha decidido, en Su soberanía, incluir muchos elementos en la salvación de una persona. Hay la Palabra de Dios, según Romanos 10:17 —predicada por un hombre (versículo 14). Hay las oraciones por los transgresores, para que sean salvos (Isaías 53:12), y hay la voluntad de Dios. Dios quiere que todos los hombres sean salvos. Para conseguirlo, ha enviado al Espíritu Santo, el cual hace la verdadera obra en el corazón del hombre para convencerle de su necesidad (Juan 16:7-10), y para hablarle de Cristo (Juan 14:26 y 15:26). Estas dos obras del Espíritu Santo también merecen nuestra atención en cuanto a nuestras oraciones. En Juan 16, Jesús dijo a Sus discípulos que el Espíritu Santo vendría con la intención de convencer al mundo en tres áreas en concreto. En vez de simplemente pedir a Dios que Él salve a las almas perdidas, sería instructivo estudiar este pasaje y usarlo como un modelo para orientar nuestras peticiones por la salvación de las almas perdidas que conocemos. En Juan 16:9 vemos que el Espíritu Santo convencerá al mundo (a los que son del mundo, es decir, los inconversos) “de pecado, por cuanto no creen en mí”. Parece que nos convendría pedir a Dios Padre que Su Santo Espíritu haga esta obra en el corazón de la persona inconversa que tenemos en nuestro corazón. Debemos pedir a Dios que esta persona esté convencida de su pecado del único pecado necesario para condenar a un alma al infierno; el de no haber creído a Jesús como Salvador. ¡Pidámosle que le convenza! Luego, en versículo 10, leemos que el mismo Espíritu convencerá al mundo “de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más”. Evidentemente, nadie que conocemos ha visto a Jesús jamás en persona. No es posible ver, personalmente, al único hombre perfecto andar delante de nuestros ojos. No podemos contemplar a la Persona que nos convencería que nosotros, comparados con Él, no somos más que miserables pecadores que merecemos nada más que la condenación en el infierno creado para el Diablo y sus demonios. El Espíritu Santo hace esa obra de convicción en el corazón de la persona no arrepentida. Pidamos a Dios que mande a esta tercera Persona de la Trinidad para convencerles de su injusticia comparada con Su perfecta justicia. Por último, el precioso Santo Espíritu obra para convencer al mundo del juicio, según el versículo 11. “De juicio”, dice, “por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. El “dios de este siglo” (2 Corintios 4:4), “cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”. Oremos con fervor que Dios el Espíritu Santo haga Su divina obra redentora en el corazón del alma perdida. Hay una batalla espiritual que necesita soldados de oración que estén dispuestos a luchar contra las huestes de Satanás para el eterno bien de los incrédulos.

Segundo, según lo que Pedro, bajo la inspiración de Dios por el Espíritu Santo, nos dice en 2 Pedro 3:9, NO ES la voluntad de que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Fijémonos bien en los detalles aquí: Dios se interesa por el individuo (“que ninguno” perezca), y también que hace falta un arrepentimiento. Cuando pensamos en la gente que queremos ver salva, debemos orar conforme a la voluntad de Dios por ellos. Tenemos que pedir a Dios que Él les dé más tiempo (como es “paciente para con nosotros…”), y que se arrepientan de su pecado de incredulidad, y que reciban a Cristo como su Señor y Salvador (Juan 1:12).

Tercero, Dios nos asegura a nosotros que Él hará ciertas cosas. Estos hechos nos aseguran nuestros corazones acerca de cómo debemos actuar, cómo debemos hablar, y cómo debemos orar. El pasaje de Hebreos 8 es instructivo al respecto. Allí, en versículo 12, vemos que Dios será “propicio a sus injusticias, y nunca más se acordará de sus pecados y de sus iniquidades”. Nos recuerda de Su promesa que hizo a Jeremías en 33:3 cuando dijo: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Oremos con fe que Dios haga estas obras ocultas en el corazón entenebrecido de nuestros familiares y conocidos inconversos…..para que sean salvos de la ira venidera, que sean salvos y encuentren la paz de Dios que pasa todo entendimiento.

¿Qué haremos, pues? En su segunda epístola escrita a Timoteo, Pablo dijo algo muy importante a su hijo en la fe en capítulo 2, versículo 26. Le dijo que los que no se han arrepentido “están cautivos a voluntad de él (el diablo)”. Los que todavía no son salvos conforme a la voluntad de Dios no están simplemente pasándolo bien, disfrutando de la vida hasta que Dios decida hacer Su obra redentora a favor de ellos. Están bajo la misma condenación del diablo, cautivos a su voluntad, y no a la voluntad de Dios, que los quiere salvar. Y Dios nos quiere usar, tanto para testificarles de la gracia de Dios que les puede salvar, y para orar por ellos, para que el Espíritu Santo les convenza de su necesidad, y de la provisión de Dios para llevarlo a cabo. Oremos, hermanos, por los que no conocen a Cristo como Señor y Salvador, para que crean y sean salvos por la gracia de Dios y para Su bendita gloria.

Desde los días de Adán y Eva en el Huerto de Edén, una de las luchas más difíciles para el hombre —ya sea varón o sea mujer— es la sumisión. Dios condenó al hombre con estas (entre otras) palabras: “…maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues, polvo eres, y al polvo volverás” Génesis 3:17-19. Entre otras cosas que Dios dijo a Eva está esta: “…tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” Génesis 3:16.  Adán tenía que someterse a trabajar con fuerza, como antes, pero ahora con algo añadido:  fuerza con sudor, y con pocos resultados. Eva tenía que someterse a su marido y estar sujeta a él. Hasta el día de hoy la inclinación del hombre es ser perezoso y querer trabajar lo menos posible, y la de la mujer es tomar las riendas y dirigir. Parece que lo que Dios les mandó a Adán y a Eva cuando cayeron en el pecado era imposible cumplir. Aparte de la gracia de Dios, la obediencia a los mandatos de Dios ES imposible. Pero con Dios, nada es imposible (Lucas 18:27). Así que, lo que hace falta es conseguir de Dios la ayuda necesaria para cumplir con Sus deseos y mandamientos. ¿De dónde viene esta ayuda Divina, esta gracia de Dios? Según Santiago 1:17: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Y como Santiago ya había dicho en versículo 5: “Si alguno…tiene falta de sabiduría (un don de lo alto), pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. Nuestra confianza en la oración se encuentra en Dios y en la promesa que Él nos da en 1ª Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Pidámosle la gracia de obedecer Sus mandatos; de obedecer a nuestras autoridades; y para más…
Vamos a considerar esta vez algunas cosas que la Biblia dice claramente en Romanos 13, comenzando con este primero, el de la sumisión a las autoridades que Él ha puesto en nuestras vidas.  Este capítulo empieza con un imperativo clarísimo en cuanto a lo que Dios espera de Sus hijos. “Sométase”. Este imperativo no es un imperativo activo, sino pasivo, o quizás de la voz medio-pasiva. Esto es significativo en sí, porque Dios reconoce y nos anuncia de antemano, que no vamos a poder hacer el esfuerzo suficiente como para conseguir esta actitud de sumisión. Es algo que nos pasará por la agencia de algo fuera de nosotros; nos pasará por medio de Él, a través de Su Espíritu Santo. Pero tenemos que rendirnos a la obra de Dios en nosotros cuando Él está haciendo todo posible (y recuerda que para Él, todo es posible  Lucas 18:27) para que cumplamos Su santa voluntad acerca de la sumisión. Nuestra parte consiste en pedirle la gracia para obedecer. ¿Qué tal es nuestra obediencia? Cuando el profesor nos dice que tenemos que recoger todos los papeles sueltos del suelo, ¿lo hacemos con ganas, y con gratitud, sin quejarnos? Cuando nuestro pastor nos pide limpiar el aseo de la iglesia, ¿buscamos el cubo, el jabón y la esponja sin ninguna murmuración? Cuando nuestros padres nos mandan sacar la basura, ¿la sacamos sin demora, o lo aplazamos hasta que termine nuestro programa favorito de la tele? ¿Cómo y cuándo vamos a conseguir una medida de victoria sobre nuestro viejo hombre y sus tendencias al egoísmo? Será por la gracia de Dios. ¡No somos capaces de obedecer sin la ayuda de Dios! Y si no podemos obedecer a las autoridades más cercanas y más íntimas, como son los padres y nuestros pastores y profesores, ¿cómo vamos a poder obedecer a las “autoridades superiores” como son las del gobierno, la policía, etc.? Dios, el Espíritu Santo, inspiró a Pablo para que nos escribiese algunos detalles más para darnos el por qué de este mandamiento: 1) porque están en sus puestos por la voluntad de Dios, y 2) porque su propósito es el castigo del que hace mal, y la alabanza del que hace el bien. Pero aun así, no nos motiva suficientemente para que les obedezcamos, y otra vez tenemos que acudir a Dios para pedirle la gracia necesaria para someternos.
Siguiendo el pasaje, y en el contexto de las dos motivaciones para obedecer, la Escritura nos manda a “hacer lo bueno”. Otra tarea difícil. Jesús mismo dijo que sólo hay uno bueno, y eso es Dios. Por consiguiente, no hay ninguno que hace lo bueno (Romanos 3:12). Entonces, ¿cómo vamos a someternos a este, otro mandato aquí en Romanos 13? No es para todos. Es un mandato para los creyentes, a los cuales se dirige esta Escritura. Y los que somos salvos por la gracia de Dios podemos decir con Pablo en Filipenses 4:13, “todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”. Pero este mismo Pablo estaba pidiendo oraciones a favor suyo constantemente (ver Romanos 15:30, Colosenses 4:3, 1 Tesalonicenses 5:25, 2 Tesalonicenses 3:1, Hebreos 13:18). Pablo sabía que podía hacer toda la voluntad de Dios con la ayuda de la gracia divina de Dios, la cual se consigue a través de la oración.
El siguiente mandato en que debemos fijarnos en este capítulo es el del versículo 7 donde nos manda “pagar a todos lo que debéis”. ¿Conoces a muchos que les gusta pagar impuestos? En este contexto, los impuestos pagados al gobierno están incluidos, pero también debemos  dar “tributo” al que debemos dar tributo. Las diferencias entre las distintas palabras en el griego que se usan en este pasaje son mínimas, pero parece que la que se ha traducido “tributo” puede referirse a nuestras obligaciones, como son los intereses de nuestras deudas. ¡Que triste es oír a algún hermano decir (en chiste quizás) que va a hipotecar la construcción de un nuevo edificio para su iglesia, “porque viene el rapto pronto, y el banco se quedará con todo sin recibir los intereses pagados”! No, hermanos, el Señor quiere que cumplamos con nuestros compromisos. Es una parte importante de nuestro testimonio cristiano. Sí, es difícil, y así tendremos que pedir a Dios que nos provea, y que nos haga consecuentes con nuestras responsabilidades.
En los versículos 8-10 vemos el cuarto mandamiento del capítulo; el de amar. ¿No debería ser automático el amor? Parece que nosotros esperamos el amor de los demás como si fuese un derecho, sin embargo, todos sabemos que no hay mucho amor auténtico entre los seres humanos. Tristemente falta la muestra de amor por parte de los cristianos también. ¿Cómo podemos amar a los que no son amables? ¿Cómo lo hizo Jesús? Lo hizo por el poder divino. Él lo tenía a Su disposición inmediata, ¡y nosotros también! ¡Ojalá que nosotros aprendiésemos a pedir a nuestro Padre tal y como Jesús le habló y pidió en oración! Piense un momento en el amor que fue necesario para que Jesús pidiese el perdón de Dios sobre los que le crucificaron. Cuánto más será necesario que nosotros pidamos a Dios que Él nos dé de ese amor para los demás. NO es natural amar. Uno ha dicho que “amar al que te ama es normal, y odiar al que te odia también; odiar al que te ama es diabólico, y amar al que te odia divino”. Hay que pedir este don de Dios, quien ES amor (1 Juan 4:8).
Hay mucho más en este capítulo que podríamos estudiar para guiarnos en nuestras oraciones, pero vamos a terminar, combinando dos más; el de desechar las obras de las tinieblas con el de vestirnos de las armas de la luz y el Señor Jesucristo (versículos 12-14). Otra vez, vamos a ver que sin la gracia de Dios, nos resultará imposible cumplir con estos mandatos. Primero, porque “las obras de las tinieblas” son, básicamente las obras de la carne (ver Gálatas 5:19-21); son las cosas básicas que nos apetecen hacer. No es habitual que una persona se niegue las cosas que le gustan. Normalmente las busca. Pero aquí Dios nos manda desecharlas. No es necesario preguntar ¿por qué? Tal vez podemos preguntar: “entonces, ¿qué debo hacer si tengo que dejar de hacer lo que suelo hacer y lo que me apetece? La respuesta viene en seguida: “vistámonos las armas de la luz”, y luego, “vestíos del Señor Jesucristo”. Podemos ver un poco de lo que significa el vestirnos de las armas de la luz si comparamos tres pasajes que hablan de la luz. 1 Juan 2:8b dice que “la luz verdadera ya alumbra”. Inmediatamente después, el pasaje habla de no aborrecer a un hermano, o bien, de amarle. Entonces, una de las armas de la luz es el amor. Ya hemos descubierto que no es tan fácil amar a otras personas. Tenemos que orar, y pedir a Dios que nos capacite para hacerlo. Otra de las armas se encuentra en Efesios 5:11-13 y es la gratitud. Estos versículos dicen: “no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas…puestas en evidencia por la luz…la luz es lo que manifiesta todo”. Luego, esta porción de la Palabra termina diciendo en versículo 20: “dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Evidentemente, oímos muchas más quejas que expresiones genuinas de gratitud, y lo más seguro es que lo mismo sale de nuestros labios. Pidamos a Dios este don de la gratitud, y consideremos, por último, una tercera arma de la luz. Se encuentra en 1 Tesalonicenses 5:8, y es la sobriedad. ¡Cuánto nos falta la sobriedad en nuestra sociedad! No tomamos muchas cosas muy en serio. A pesar de los múltiples problemas que existen hoy, parece que somos capaces de tomarlo todo tan ligeramente, sin reflexionar ni arrepentirnos de casi nada. Este pasaje dice que “nosotros, que somos del día (la luz), seamos sobrios…”. Dios nos ayude a considerar toda nuestra vida más seriamente, para que veamos la necesidad urgente de la oración. No podemos solos. Hace falta la gracia de Dios, “de lo alto”, que sólo se consigue pidiéndosela.

 

Antes de concluir este artículo sobre la oración, queremos tratar un pasaje que nos instruye algo más acerca de la voluntad de Dios, “y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le

hayamos hecho”. (1 Juan 5:14-15) Lo que queremos ver en esta ocasión es que la voluntad de Dios para el creyente es “hacer bien” conforme a 1 Pedro 2:15 “porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos“. Nos gusta esa última frase de “hacer callar a los hombres insensatos”, pero será imposible hacerlo solamente a base de argumentos lógicos, si no van acompañados por buenas obras. Si no somos consecuentes; si no practicamos lo que predicamos, las personas que queremos ganar para Cristo, por los cuales Cristo también murió, no van a hacernos caso. Pero ¿quién puede hacer el bien? Jesús mismo dijo al joven rico (en Mateo 19:16-17) que le vino y le llamó “Maestro bueno” que sólo hay uno que es bueno, y ese uno es Dios. Y el que hace el bien tiene que ser bueno, ¿no? Pues sí, y es precisamente allí donde entra Cristo. Cristo no negó ser bueno en esa ocasión con aquel joven, y más adelante dijo a otros que Él era uno con Su Padre (Juan 10:30), así haciéndose igual a Dios. Jesús era Bueno. Jesús era la luz, pero dijo que nosotros somos la luz del mundo (Mateo 5:14). Así que, siendo Jesús bueno, nosotros también, en Él, somos “buenos”. Debemos, y podemos por su gracia, vivir santa y piadosamente en este

mundo. De entre todos los que profesan ser “buenas personas” alrededor de nosotros (y

sabemos que casi todo el mundo se cree así), debemos ser de los mejores.

 

La nueva creación de Dios en el corazón de una persona convertida y arrepentida

tiene un gran propósito, según Efesios 2:10. Dios quiere “buenas obras”. Dios quiere que Sus hijos hagan el bien, y los capacita para cumplir con ese deseo y diseño divino. Nos capacita por Su gracia. Solemos parar con el versículo 9 cuando estamos testificando a un incrédulo, pero recuerda lo que dice todo el pasaje de Efesios 2:8-10: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en

Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Pero no es fácil. Hay mucha presión y tentación para hacer el mal. La verdad es que es norMAL hacer el mal, y siendo que todos los que nos rodean; los que nos influyen y nos presionan quieren que todos hagan lo mismo que ellos(quizás para que no se sientan culpables por lo que hacen), no podremos escaparnos de la tentación. ¡Pero ojo, sí podemos escaparnos de caer! Será a través de la oración. Recuerda lo que Pablo dijo en 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Recuerda lo que dijo Jehová a Jeremías en capítulo 33 de su profecía, en versículo 3: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y

ocultas que tú no conoces”. ¿A quién fue dirigido ese mensaje? Fue mandado a los de

“las casas de esta ciudad (Jerusalén, en Israel), y de las casas de los reyes de Judá, derribadas con arietes y con hachas” (versículo 4). Luego, en los versículos 6 y 7, Dios dijo: “He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Y haré volver los cautivos de Judá y los cautivos de Israel, y los restableceré como al principio”. Esta es la voluntad de Dios que incluso cuando nos desviamos del camino correcto; cuando nos apartamos de lo justo; cuando nos alejamos de la comunión que Dios quiere con nosotros volvamos para hacer la voluntad de Dios, el bien. Dios quiere que sus hijos vivan como Él manda, para que en todo Dios sea glorificado, y para que más almas sean salvas por su infinita gracia. ¿Queremos participar en su plan, o vamos a quedarnos situados en una balda, cubiertos de polvo, inútiles en las manos del alfarero? Oremos. Pidámosle la gracia que nos hace falta para hacer el bien.

Pero a veces el hacer bien es difícil de definir. El bien puede ser algo muy agradable, como por ejemplo cuando a un marido no se le olvida el aniversario de boda, y lleva unas rosas a casa para expresar su amor a su querida esposa. Pero el día siguiente, cuando uno de sus hijos se porta mal, el bien sería corregir a ese niño, y como el escritor a los Hebreos dice en 12:11, “ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza”. Pero no olvidemos la siguiente frase de ese versículo que dice que “después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Aquí tenemos un gran motivo y necesidad de la oración, porque

¿cuántos padres encuentran la gracia necesaria en todo momento de necesidad de este tipo de bien, para ejercerla? Pocos, parece, porque incluso en nuestras iglesias fundamentales demasiados niños corren por todas partes sin ser controlados y disciplinados. El hacer bien es hacer la justicia; es hacer lo que es correcto. No tiene que ser un acto de caridad. No es necesario ofrendar mil euros a los pobres refugiados de un país subsahariano, sobre todo si todavía no estamos dejando a Dios lo suyo primero en el diezmo. Tal vez nos sentimos mejor. Quizás nos parece un mayor “bien” dar una ofrenda a alguien que vive en la miseria que hacer la voluntad de Dios ya revelada en su eterna Palabra inspirada, pero no. Sobre todo tenemos que hacer la voluntad de Dios, aun cuando nos parece que existe un mayor “bien” que podemos hacer. ¡Qué presunción! Es como si pensamos que sabemos mejor que Dios lo que Él quiere.

 

Debemos acudir a Dios humildemente; arrepentidos de nuestras propias ideas de lo que es “hacer el bien” en la voluntad de Dios, si queremos que ese mismo Dios nos oiga, y que Él conteste nuestras oraciones. No dejemos de hacer buenas obras como las de dar a los pobres.

Hagamos todo el bien que podamos, pero no esperemos las mayores bendiciones de Dios si dejamos de hacer lo que ya sabemos que Él quiere de nosotros. Cristo dijo algo parecido a los fariseos de su día cuando les dijo en Mateo 23:23 lo siguiente: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. Si queremos la bendición de Dios, y si queremos conocer la certeza de que

Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, hagamos Su voluntad en todo.

Por último, queremos enfatizar lo siguiente: No dejemos de orar. Esperamos que ha quedado claro el propósito de todo lo que hemos considerado: que nuestra confianza en la oración se encuentra en Dios y en la promesa que Él nos da en 1 Juan 5:14-15: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Lo más importante es lo que la Biblia dice claramente, que “Dios…quiere”, o sea, algo que es “la voluntad de Dios”. Para saber esto, tenemos que estar leyendo las Escrituras, y tenemos que estar orando conforme a lo que encontramos en ellas. Tenemos que desear, sobre todo, agradar a Dios con nuestras vidas —con lo que pensamos, con lo que decimos, y con lo que hacemos. La persona que vive conforme a la voluntad de Dios tendrá esta confianza prometida en la Palabra de Dios. Será como David, quien, según Dios en su Santa Palabra, era un hombre conforme al corazón de Dios (1 Samuel 13:14 y Hechos 13:22). Está claro que David no era perfecto, pero tenía un corazón dispuesto a obedecer a Dios y hacer lo que le agrada. David pecó; pero lo confesó. David estaba preocupado, pero volvió a confiar en Dios. David nos da un buen modelo que debemos seguir.
A veces nos sentimos mal, y no queremos hablar con nadie. Un niño desobedece a su padre, y no quiere ni estar con él, porque quizás el padre verá algo en él que le provocará un comentario, y como dice Moisés en Números 32:23, su “pecado le alcanzará.” Así que no habla. Pero a veces todo va bien, y aun así, no queremos hablar.  Estamos como en nuestro propio mundo; felices; satisfechos… egoístas quizás… y no hablamos.  En el Salmo 72, no sabemos cómo es el caso de David, pero el versículo 20 es triste cuando se lee tal y como está escrito: “aquí terminan las oraciones de David”. Sería triste si de verdad uno termina, o deja de orar. Nunca dejemos de orar, hermanos. Pero ¿qué pasa aquí con David? ¿Por qué dice que “aquí terminan» sus oraciones? ¿Cómo era este hombre que oraba?
Primero, puede ser que los judíos que compilaban los Salmos los ordenaban cómo están, y aquí terminaban las oraciones de David, tal y como las tenemos presentadas en la Biblia. Segundo, sabemos que David era un hombre “conforme al corazón de Dios” (1 Samuel 13:14); así que, no creemos que David cesó en sus oraciones completamente. No. Vamos a entender Salmo 72 así: David no se preocupaba más. David estaba confiado en su Dios. David dice “aquí terminan” mis oraciones porque sé que Dios hará toda Su perfecta voluntad.; y más que sólo conformarme con eso, me gozo, y puedo descansar en Él. Así que, tercero, ¿cómo era este hombre que oraba así, tan confiadamente? Aprendamos de él, y oremos como él oraba.

David era justo (Salmo 72:1-4: “juicios…justicia….juzgará….justicia….juicio….justicia…. juzgará”). Él quería hacer lo que era justo, lo correcto; lo que Dios manda. No nos engañemos. Dios honra al que le honra. Nadie se salva por ser justo, o más justo que algún otro. Pero los hijos de Dios son creados en Cristo Jesús para buenas obras (Efesios 2:10). Jesús dijo que los que le aman guardan sus mandamientos (Juan 14:23). Poco más tarde (Juan 16:26-27) dijo que esas mismas personas no tendrían necesidad de que Él intercediera por ellos cuando orasen porque Dios mismo les escucharían cuando pidieran cualquier cosa en Su nombre. ¿Queremos que Dios nos escuche y conteste nuestras oraciones? ¿Queremos tener la seguridad que tuvo David de que Dios contestaría, y podemos decir: “aquí terminan” nuestras oraciones? ¡Hay que ser justos!
David era productivo. En los versículos 5-7a vemos un pequeño cambio de tema a la esfera de lo natural. Él menciona dos factores de luz que afectan mucho la productividad de la tierra —el sol y la luna. Luego, en el versículo 6 habla de la lluvia y del rocío, elementos esenciales para la producción de toda planta verde, y a continuación todo lo que se sostiene por el consumo de las mismas… hasta el hombre que depende tanto de las plantas como de los animales que las comen para su propia existencia. Y él, el rey, “descenderá como la lluvia…como el rocío….y florecerá (v. 7a)…” Tenemos que ser productivos en nuestras vidas si queremos descansar seguros en Dios para contestar nuestras oraciones; si queremos decir “aquí terminan” nuestras oraciones porque confiamos en el Dios que nos las contestará. Y la productividad no sólo se ve en la reproducción de almas ganadas para Cristo. También se ve en la vida cristiana, como Pedro dijo en 2 Pedro 1:5-8. Tenemos que ver una serie de pasos de crecimiento en la vida cristiana, añadiendo a nuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad: a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor….porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.”
David era “pacífico” en el sentido que él quería la paz, aunque no temía la lucha si era la voluntad de Dios. Dios nos ha llamado a ser soldados de Jesús también (2 Timoteo 2:3), pero Jesús predicó en el famoso Sermón del Monte que “bienaventurados son los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Es decir, lo que marca a alguien como hijo de Dios, o cristiano, es que él está ocupado siempre ayudando a los hombres hacer las paces con Dios. “Florecería… muchedumbre de paz” en los días de David. Debe ser así con nosotros. Y aunque parezca paradójico, la persona que lucha por la paz ve que Dios contesta sus oraciones.
David era dominante. También parece paradójico que una persona que lucha por la paz tiene que dominar tanto, como indica versículos 8-11. Pero si pensamos un momento sobre la historia del mundo y la situación actual, ¿qué es lo que asegura, normalmente, a un país, un estado estable que perdurará por largo tiempo? Es un ejército temible. Ese ejército no tiene que atacar a nadie; simplemente tiene que estar allí, como elemento disuasorio. El creyente que quiere saber que Dios le escucha cuando ore, y que le concederá las peticiones que le haga, tiene que ser dominante, para que cuando el enemigo (Satanás) intente atacar (con dudas, acusaciones, etc.), él está persuadido que Dios no le desamparará, sino que le contestará en Su fidelidad.
David era compasivo. El Salmista continua el Salmo hablando del “menesteroso, el afligido, y el pobre” (vv. 12-14). Son personas que, aunque no necesariamente mendigos, saben la profundidad de padecer por la falta, incluso, de las necesidades más básicas de la vida. David tuvo compasión de esas personas, igual que nuestro Dios se compadece de nosotros y provee por nuestras necesidades. David era, de verdad, un hombre conforme al corazón de Dios. ¿Somos así tú y yo?
Hacia el final del Salmo, vemos que David era favorecido, y bendecido por las oraciones de los que le seguían. No menospreciemos el valor de las oraciones de otras personas a favor nuestro. El versículo 15 dice que el rey “vivirá, y se le dará del oro de Sabá, y se orará por él continuamente. Todo el día se le bendecirá.” ¡Qué bendición es saber que no estás orando sólo tú! Juntos podemos ver la mano poderosa de Dios contestando nuestras oraciones. Las contestará en su infinita fidelidad, conforme a su santa voluntad.
David termina este Salmo tranquilo. Está convencido que con estas últimas declaraciones no hay más que decir. Dios hará toda su santa voluntad, y tenemos que confiar en eso. Es lo mejor que uno puede esperar. Confiemos completamente en nuestro Dios, el Dios de David, hombre conforme al corazón de Dios. Él hará aun más de lo que podemos imaginar según nos dice Efesios 3:20: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros”.

Y concluimos con el versículo 21: “a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”.